El juicio

Administración: OMG, disfruten de este regalo de Leonela Paredes. Hay notas al final y no olviden dejar un comentario amoroso 😉

«El juicio»

—Walls —alcé ambas cejas a modo de pregunta sin despegar la mirada de mi computador, tras haberlo oído llamarme—, un par de gemelos te busca con urgencia.

Extrañada, miré mi reloj de pulsera y enseguida a mi colega.

—¿Tienen cita?

—No soy tu asistente.

—Oh… lo siento, Marc —me disculpé con un falso gesto triste—. Te confundí con Dorothy. Tú sabes… las ropas que vistes siempre logran engañarme. Sobre todo, los vestidos —agregué y su rostro se tiñó de seriedad.

—Eres una idiota.

—Gracias —acomodé mi largo cabello rubio con gesto sobrador y apoyé ambos codos sobre mi escritorio mientras entrelazaba los dedos de mis manos para descansar mi mentón en ellos—. Personalmente, considero que una persona idiota es alguien cuya capacidad se jacta de enormes e increíbles ideas. Así que, eres todo un caballero.

Me burlé con diplomacia y, después de soltar un sonoro bufido, se fue dando un portazo. Reí.

Volví a echarle un vistazo al reloj en mi muñeca y lo pensé por unos segundos. 04:50 p. m. Faltaban solo diez minutos para mi horario de partida. Las reuniones eran programadas con anticipación, ya que una podía durar media hora, tanto como dos o tres, dependiendo de la complejidad de cada caso.

«Un par de gemelos te busca con urgencia…», recordé en mi cabeza. ¿Qué querría un par de gemelos con tanta urgencia, en este horario, el último día laboral de la semana? ¿Disputa por vienes familiares tras la pérdida de sus padres? ¿Distribución de una herencia imprevista? ¿Divorcio de sus respectivas parejas, también gemelas, porque ambos matrimonios no funcionaron como esperaban al mismo tiempo? Neh. Eso último era un montón.

«Ya no eres escritora, Walls… deja atrás todo rastro de imaginación y emociones que puedan entorpecer tu labor jurídico. No lo arruines otra vez», me regañé. Miré por tercera vez mi reloj y apreté los párpados.

—La última vez que haces esto —me dije sabiendo de sobra que quien hablaba cuando estaba a solas conmigo, no era la fría y apática Licenciada Walls, sino… la sintiente y empática escritora que le era imposible dejar enterrada en su pasado.

Me puse de pie y caminé hacia la puerta. Abrí. Me encontré con mis colegas saliendo de sus respectivos despachos, con sus portafolios y bolsos en mano, otros cargados al hombro, mientras caminaban aprisa hacia la salida luego de llavear sus puertas.

«Okay… otro viernes en el que te quedas haciendo lo que elegiste, Walls».

Caminé a través del largo pasillo hacia la recepción, intuyendo que allí estarían mis candidatos a nuevos clientes, pero no estaban. De hecho, siquiera la recepcionista quedaba. ¿Se habrían ido tras concientizarse de la hora y al ver el movimiento de abogados salir con tamaño apuro? Fruncí el entrecejo. El estúpido de Marc tampoco servía para decirme al menos el apellido de las personas que me buscaban. Viré los ojos. Sin más qué pensar, me devolví a mi despacho, recogí mis cosas y me cargué la mochila al hombro —sí, dije mochila. Detestaba los bolsos—. Atravesé nuevamente el largo pasillo y, cuando estuve a punto de echarle llave a la puerta de entrada, oí una voz.

—¿Licenciada Walls?

Inmediatamente me giré en mi sitio con una mano en mi pecho y respiré con profundidad.

—Ay… Cristo —exclamé deteniendo mi repentino infarto. Tragué saliva y abrí los ojos.

—Lo sentimos… no quisimos asustarla —se disculpó el otro muchacho de gafas, gorra y cabello atado.

—Está bien. Estaba muy concentrada en mi mundo y no me percaté de vuestra presencia —respondí y acomodé la mochila en mi hombro otra vez, ya que se me había medio caído a causa del brusco movimiento—. Respecto a tu pregunta —me dirigí al otro joven rubio, también con gorra y gafas oscuras, aunque ambas de color marrón—: Sí, soy la Licenciada Walls. ¿Ustedes son…?

Creí que me darían sus nombres o al menos sus apellidos, pero todo lo que hicieron en una sincronización espléndida, fue quitarse las gafas y me vieron a los ojos. Yo me quedé en silencio sin poder apartar mi mirada de ellos, viéndolos alternativamente. Entonces, respondí mi propia pregunta.

—…los gemelos Kaulitz —dije casi en una exhalación al tiempo en que mi semblante cambiaba de manera radical a uno frío y serio. Y, esta vez, así era como me sentía. Sonreí de repente con toda la falsedad que había logrado construir en mis últimos años para sostener mi nueva profesión y acabé de llavear la puerta—. Sí que tienen cara, eh.

Solté con toda mi mala leche y pasé entre ellos en dirección a mi coche en el estacionamiento. Ambos me siguieron.

—Walls, Walls, espera… —uno de ellos me cogió del brazo a lo que yo me volteé enfurecida zafándome de su contacto.

—No me toques, Bill.

—Te necesitamos…

—No —sentencié alzando mi dedo índice y dirigiéndome a Tom, que fue quien habló—, no me necesitan. Ustedes necesitan a alguien que les salve el pellejo por alguna razón que desconozco, pero, aun así, a mí ahora no me interesa saber. Hay millones de abogados en el planeta, búsquense a otro.

—Nadie nos ayudará en esto. Nuestra vida profesional pende de un hilo —explicó Tom en voz baja y con preocupación en su rostro—. Nuestro representante estuvo comunicándose con los mejores abogados de toda Alemania y Los Ángeles para consultarles, con discreción y sin dar nombres, acerca de nuestro caso y ninguno quiso tomarlo.

—Y se vinieron a México.

—Sí.

—A buscarme.

—Sí.

—Para que los ayude a salvar vuestra carrera después de que ustedes arruinaron la mía.

Silencio.

—Esto es increíble —reí con sarcasmo de manera efímera—. Los ayudo, recuperan vuestra vida, ¿y luego qué? ¿Proceden a arruinar también esta nueva vida que tanto me costó construir? No, gracias. Paso.

—Por favor, lo sentimos mucho.

—No, no lo sienten. No tienen idea de lo que es sentir.

—Estamos aquí pidiéndote perdón, ¿o no?

—¿Y eso qué tiene que ver? De hecho, ¿cómo mierda supieron dónde encontrarme? —enarqué una ceja viéndolos con recelo—. Nadie fuera de México sabe de mi paradero. Debí borrar todo rastro al irme de mi país natal en donde claramente me era imposible rehacer mi vida, porque, adonde volteaba, me señalaban con su dedo acusador —los miré molesta al hacer un retroceso mental de diez años, cuando ellos decidieron ponerle fin a todo lo que me representaba en aquel entonces—. Tuve que cambiarme el nombre, mudarme a México, trabajar muy duro para pagarme otra carrera y finalmente conseguir mi ciudadanía. ¿Creen que todo eso puede solucionarse con un insulso “perdón”?

—Bueno, no… pero solo venimos a pedirte ayuda —dijo Tom con voz calma—. Eugene…

—No —lo detuve de inmediato alzando mi dedo índice—. Para ustedes, al igual que para todo el que me conoce, soy Walls. No me llamen por mi nombre —aclaré ante su atenta mirada—. Yo sé que tú eres siempre el que intenta consensuar todo, pero este no es el caso.

—Aish. A ver, Tom. Córrete —le dijo Bill tras quitarlo del medio y sacó una chequera y un bolígrafo de su pequeño bolso de cuero marrón. Cliqueó el botoncillo de la parte trasera y posicionó su mano como si fuera a escribir—. ¿Cuánto quieres?

Alcé ambas cejas casi imperceptiblemente para evitar que notaran mi asombro e indignación.

—Es una broma, ¿cierto?

—Tenemos dinero y tú bien lo sabes. Esto se arregla con una buena cantidad. Dime con cuál cifra te compramos y fin de la historia. Pero no olvides que, además de dinero, también tenemos mucho poder y no te conviene extorsionarnos.

—A mí no me hables así, Bill. Si tienen tanto poder, ¿por qué no lo usan para salvar vuestro pellejo ustedes solitos? —solté con una efímera mueca irónica—. Me importa una mierda el dinero que tengan y vuestras amenazas me las paso por el culo. Todo lo que podían destruir de mí, ya lo destruyeron hace diez años. Ahora, déjenme en paz, sino quieren que emita una orden de restricción.

—¿Serías capaz de hacernos eso?

—Sería capaz de hacer todo lo que el pasado me enseñó por no hacerlo en su momento —fue mi respuesta a Tom viéndolo fríamente a los ojos—. Me lo quitaron todo por un error mío. Yo no cometo el mismo error dos veces.

Me giré en mi sitio, ya que estábamos discutiendo junto a mi auto, pero el mayor volvió a hablar.

—Por favor, eres psicóloga…

—ERA —lo interrumpí con marcada insensibilidad tras devolverme a él—. Era. Gracias a ustedes, ya no pude serlo nunca más desde hace años. Ahora soy abogada y velo por lo justo, algo que ustedes no hicieron conmigo. ¿Y hoy me piden que vele por lo justo para ustedes? JA, JA. Adiós, chicos. Buen finde.

&

Yo era una mujer muy solitaria, por ende, los diez años que llevaba en aquel bello país que con tanto cariño me había recibido, no había hecho más que dos amigos y un par de conocidos, en los cuales, claramente, no confiaba. Desde lo que me había hecho ese par de gemelos que tanto admiré durante mi adolescencia, no volví a confiar en otra persona que no fuera yo. Y así estaba bien. No necesitaba del otro para sobrevivir, más que un par de palabras intercambiadas en una charla profunda e interesante de vez en cuando, como para recordarme que debía mantenerme sobre la línea de la neurosis y no caer en la comodidad de la psicosis. Aunque eso no podía ser. Sabía perfectamente acerca del tema y, a pesar de negarme esa parte de mí durante tanto tiempo, debía aceptar que lo llevaría tatuado en mi alma hasta el día de mi muerte. En fin. Por el momento, no tenía interés en nada que no tuviera relación con mi trabajo, así que, luego de encontrarme con los Kaulitz de una manera malditamente inesperada, necesitaba beber algo sola y encerrada en mi apartamento.

Arrojé las llaves de mi carro sobre la mesa y me fui directo a la cocina para dejar en la encimera las bolsas de las compras que acababa de hacer y así empezar a guardar todo en sus respectivos lugares. Metí las cervezas en el refrigerador y los snacks en la alacena, cuando oí el timbre. Miré mi reloj de pulsera. Apenas eran las 08:00 p. m. No le di importancia, ya que no estaba en mis planes compartir con nadie aquella noche de viernes. Si era urgente, llamarían a mi móvil.

Volvieron a timbrar, ahora con más insistencia. Cerré los párpados y suspiré. Si se trataba de alguno de mis dos amigos, los mataría. Sabían que antes de venir a mi departamento debían notificarme con un mensaje al menos. Aunque, lo más probable era que se tratara de un vecino que tal vez necesitaba ayuda, ya que al edificio no ingresaba cualquier persona de afuera.

Guardé las pizzas congeladas en el freezer y me dirigí hacia la entrada. Abrí.

—No me jodas —solté con incredulidad—. ¿Cómo llegaste hasta aquí?

—No me cierres la puerta en la cara, por favor —pidió alzando ambas manos en señal de que detendría la madera en caso de que en mis intenciones estuviera hacer lo que me pedía que no hiciera.

—Por respeto a ti, no lo haría. Pero, por respeto a mí y mi paz mental, sí lo haré —amagué a cerrar, entonces trabó la puerta con su pie acompañado de sus manos—. Tom, llamaré a la policía y me vale un cuerno si los dejo al descubierto.

—Permíteme pasar y hablemos.

—No —dije sin pizca de humanidad y pateé la punta de su zapatilla para quitarlo del medio haciendo que retrocediera el pie—. Atrás.

—Por favor. Sé que no es conmigo con quien estás realmente enojada, sino con Bill, pero él no me acompañó. De hecho, ni siquiera sabe que estoy aquí. No quise decirle nada para que no insistiera en acompañarme y así evitar hacerte pasar un mal momento.

—¿Manipulación conmigo, Kaulitz? —enarqué una ceja. Volví a patear su pie—. Atrás.

—No es manipulación… —puso una de sus manos en el marco de la puerta, por lo tanto, si yo lograba cerrarla, se la aplastaría sin dudar; lo cual me daba igual—, de verdad estamos muy jodidos.

Por intuición, metí una mano en mi bolsillo para presionar un botón externo de mi móvil.

—El karma se paga en vida, cariño.

—¿Karma? Heidi se hartó de actuar para el circo que armamos durante años tras el falso matrimonio con ella y nos demandó por mantener una relación de incesto. Nadie quiere tomar nuestro caso; mucho menos en Alemania en donde el incesto es ilegal y penado por la ley. Al menos, en L.A., tenemos la posibilidad de ir a un juicio privado y pelear, pero no tenemos respaldo jurídico. Sin tu ayuda, podríamos ir a la cárcel y estoy seguro de que Heidi se encargará de que a Bill lo tengan bajo las peores condiciones existentes y completamente alejado de mí. No quiero que le pase nada malo.

Me quedé viéndolo en silencio, procesando cada una de sus palabras. Era un caso muy complicado, para defender un tema muy complicado e ir en contra de una mujer muy complicada. ¿Y qué más seductor para esta neurótica obsesiva que lo imposible? «Jodida vida».

—No me conmueves —escupí con actuado desdén—. Vete.

—No intento conmoverte, solo estoy informándote acerca de nuestro caso. Se supone que, como abogada, tomas casos de este tipo y te hemos investigado, has tomado los más difíciles y conseguiste que se hiciera justicia. De hecho, tienes reconocimiento internacional por ello. Eso es lo que necesitamos de un defensor —respiró profundamente sin deshacer el contacto visual y dejó de ejercer fuerza con sus extremidades para retener la puerta—. No eres una persona rencorosa, lo sé. Con mi amigo Devon me encargué de buscar absolutamente todo sobre ti y no encontré mancha alguna en tu historia hasta… fines del 2020, cuando Bill… —agachó la cabeza cerrando los párpados largamente un instante—, leyó tu novela e hizo lo que hizo.

—Dilo: Leyó mi novela y me cagó la vida. Deja de suavizar lo hijo de puta que tu esposo se comportó conmigo.

—Nos expusiste.

—ES-CRI-BÍ, Kaulitz —dije con pausas para remarcar la primera palabra—. Escribí. Libre expresión, sin dar nombres ni detalles personales. Incluso me encargué de apartarlos de la trama al mencionar vuestra banda tras aparecer fugazmente en un póster que, el Bill de mi historia, veía al mismo tiempo en que estaba allí. No había manera de relacionarlos ilegalmente. Incluso sus características físicas eras distintas, los tatuajes, ¡todo! —me giré abriendo la puerta de un golpe e ingresé a mi hogar otra vez. Necesité sostener mi pena tras apoyar mis manos en la mesa de la sala que tenía más cerca.

—No podrá volver a publicar libros a su nombre y queda excomulgada de la Escuela de Psicoanálisis, por lo que tiene prohibido el ejercicio de su profesión a partir de este momento —comenzó a decir el Juez. El desasosiego en la expresión de mi cara, era indescriptible—. Su matrícula será dada de baja de manera inmediata y sus pacientes serán derivados con otro profesional de la salud mental bajo la supervisión de su abogado para constatar que esto se lleve a cabo del modo en que se dicta la sentencia. Caso cerrado.

Golpeó el atril con su martillo de Juez y el sonido que este emitió fue la viva representación del último golpe que consiguió derrumbar toda mi vida. Parpadeé asustada ante el impacto de todo aquello en mi psiquis y percibí unas manos apoyarse en mis hombros a modo de llamado. Me giré con ralentización, aún en estado de shock por lo que me costaba tramitar, ignorando completamente lo que mi abogado trataba de explicarme, y finalmente quedé frente a frente con mi pareja. Me tomó el rostro con ambas manos y me hizo mirarlo a los ojos.

—Amor…, amor… —me llamó y pestañeé otra vez oyendo su voz como si estuviera muy lejos y mis oídos se hubieran tapado—. Todo va a estar bien, mi amor, no te preocupes.

Desvié la mirada un segundo hacia un lado y los vi. Los gemelos se marchaban victoriosos. Bill volteó y nuestros ojos se encontraron. Me echó un gesto burlón y triunfador a la vez antes de colocarse las gafas oscuras y salir. En cambio, Tom solo me miró denotando pena en su rostro, agachó la cabeza y fue detrás de su hermano.

Me devolví al amor de mi vida, con los ojos aguados, e interrumpí lo que estaba diciéndome.

—Los Kaulitz arruinaron mi vida… —susurré y las lágrimas brotaron de mis ojos.

Mi respiración se aceleró conforme los recuerdos de aquella pesadilla se disparaban por toda mi memoria. Los latidos de mi corazón se incrementaron al punto de percibirlos en los oídos. Sentí mi cara muy caliente y comencé a hiperventilar.

No iba a permitir que me agarrara un ataque de ansiedad frente a ese sujeto. No iba a mostrarme débil ni mucho menos vulnerable frente a uno de los Kaulitz otra vez. Inhalé dos veces consecutivas de manera exagerada y exhalé con lentitud. Aguardé. Mi cuerpo comenzó a relajarse y volví a percibir el frío de la madera barnizada de la mesa en mis palmas.

—¿Te encuentras bien? —preguntó a mis espaldas, pero lo ignoré.

—No existía manera de ganar ese juicio, porque yo no había cometido ningún delito. Todo era ficticio. Lo dejé claro en mi carta al lector. No entiendo qué diablos pasó…

Oí el “cric” que hizo la cerradura de la puerta al ser cerrada, entonces abrí los ojos sin moverme de mi sitio entendiendo que Tom había entrado a mi departamento, sin ser invitado, tras aprovechar que había bajado la guardia.

—Bill… sobornó al jurado —confesó en tono dolido y claro. Yo alcé la cabeza sintiendo que en mi pecho se disolvía una gran bola de culpa e incertidumbre acumuladas—. Lo siento… Intenté detenerlo, créeme, pero no pude. Yo…

—Hiciste lo que Bill dijo. Como siempre —completé su frase. Oí que inhaló fuertemente por la nariz y exhaló por la boca.

—Sí —hizo una pausa. Percibí que se me acercaba—. Perdóname, por favor.

Me giré y me sorprendió tenerlo tan cerca. No lo esperaba. Aun así, hice un paso hacia atrás y hablé sin delatar mi incomodidad.

—Deja de pedir perdón. Perdónate a ti mismo por dejarte arrastrar por los deseos de Bill sin importar cuán en desacuerdo estés con ellos ni cuánto daño te produzcan, solo por complacerlo —solté con frialdad aludiendo a su falso matrimonio con Heidi. Sabía que comprendería a la perfección—. Aquí el que debería pedirme perdón genuinamente, es él, no tú. Sin embargo, sé que no lo hará. Su lado narcisista es tan grande que opaca su sentido común.

—No. Bill no se disculpará, por eso estoy yo aquí.

—Siempre tú recibiendo las balas para tu hermano, ¿ah, Kaulitz?

—No te importa lo que haga por él. Es mi decisión. Solo necesitamos una respuesta de tu parte. Aceptas nuestro caso, ¿sí o no?

Me crucé de brazos.

—No —contesté y sus ojos se abrieron como platos.

—¿Cómo? ¿Por qué no?

—Porque no puedo.

—Pero eres abogada…

—Sí, pero hay una situación de interés que no coincide con el interés de la justicia y, éticamente, no puedo aceptarlo, porque esto no me permite actuar con independencia. Fin del comunicado —pasé por su lado en dirección a la puerta otra vez. Me retuvo por un brazo.

—¿Qué es lo que quieres?

—¿Disculpa?

—Eres una mujer inteligente. Tienes a Tom Kaulitz frente a ti, en tu apartamento, a solas, implorándote que nos ayudes a mi hermano y a mí con un problema judicial; te pagaremos lo que sea que nos pidas. ¿De verdad te negarás diciendo tonterías o solo estás esperando a que te ofrezca a cambio algo de índole carnal? —dijo acercándome a él con tranquilidad y su mirada se fijó en mis labios.

Mi cara no pudo haber sido de mayor incredulidad.

—¿Sexo, en serio? —pregunté sin abandonar mi expresión.

—Eres una mujer atractiva. Yo soy Tom Kaulitz.

—¿Y a mí qué mierda me importa si eres un cóctel entre Tom Hardy, Chis Evans y Chris Pratt juntos?

Puse mi dedo índice en su pecho para alejarlo con sutileza mientras que con la otra ejercía un movimiento para que me soltara mientras le sonreía de manera superficial.

—No sé si sentirme halagada u ofendida —me puse seria y me crucé de brazos para que no le cupieran dudas respecto a la distancia que debía mantener—. ¿Tengo cara de querer coger en este instante, contigo, después de todo lo que te dije?

—Em… bueno…

—No te regales así, Kaulitz. Prefiero quedarme con la imagen inocente de ti que construí en mi mente durante mis años de adolescente. Esta que me muestras, da asco en serio. Y no quieras hacerte el macho alfa conmigo. Bien has dejado claro minutos atrás que tú siempre haces lo que dice tu hermano. Por ende, quien manda en la relación, claramente es él.

—Es que… las mujeres y yo siempre funcionamos así.

—Así, ¿cómo?

—Así —hizo un gesto con las manos—. Prácticamente, regalarme u ofrecerme como el objeto sexual con el que les gustaba follar. Varias de las adolescentes con las que tuve que acostarme durante los primeros años de estrellato de la banda, fue porque nos descubrían a Bill y a mí algo… melosos en los clubes —arrugué la frente—. Debía callarlas y decirles que era un fetiche nada más, pero ellas a cambio de su silencio siempre querían una revolcada. Con el tiempo, Bill y yo lo tomamos como algo normal y, a su vez, que nos servía para la imagen que yo debía sostener ante la prensa y toda la mierda de los medios —respiró con fuerza, molesto.

—Con Heidi pasó igual, ¿cierto? —me puso atención—. Solo que a ella no bastó con decirle que solo trataba de un fetiche, sino que ella les exigió ser parte del supuesto fetiche para satisfacer uno propio. Así como no le fue suficiente una revolcada, sino que quiso ser la tercera protagonista en vuestra relación. ¿Verdad?

—Sí… A Bill le gustaba Heidi. De hecho, a él le gustó antes que a mí agradarme.

—Pero eras tú el candidato perfecto para ser “el gemelo que finalmente sentó cabeza y formó una bella familia con una hermosa y exitosa mujer”, ¿no es así? Porque Bill debía seguir ocultando su orientación sexual, además de sostener el papel del gemelo “eternamente soltero y con mala suerte en el amor”. Y Heidi les ofreció mucho, de lo cual poco fue lo que cumplió, ¿cierto?

—Heidi, desde el día uno, nos ilusionó al mostrarnos todo el comienzo de una vida color de rosa junto a ella, asegurándonos que, como ella aceptaba nuestra relación, jamás deberíamos volver a preocuparnos por estar separados —contó con la mirada a un lado—. Sin embargo, conforme los años pasaban…

—Vuestra libertad era cada vez más limitada —lo interrumpí y me miró con recelo—. Hasta que, los últimos años de vuestro falso matrimonio, ella incluso había excluido a Bill de todos vuestros planes.

—¿Tú cómo sabes eso? —preguntó incrédulo y me di cuenta de que yo volvía a hablar desde mi interpretación de lo que veía desde afuera.

—Conjeturas —camuflé mi verdad y carraspeé—. Has permitido que Bill te arrastre a tomar las peores decisiones para ambos, Tom.

—¿Conjeturas? ¿Estás analizándome?

Su pregunta me abofeteó. Bufé al tener que aceptar la impulsividad de lo que llevaba en las venas.

—No. Solo estoy envenenada por el psicoanálisis y no puedo evitar escupirlo como una víbora furiosa —cerré los párpados y apreté el puente de mi nariz con dos dedos al reacomodar mis brazos.

—Bueno… volviendo al tema, ¿por qué me mientes con eso de la ética y los intereses? ¿Qué clase de invento es ese para una abogada como tú?

Alineé mi cabeza hacia él, ya que nuestra diferencia de altura no era tanta, y lo miré sin emoción. Inmediatamente, fui a mi computador, tecleé un par de cosas para buscar en Internet y giré el aparato para que viera la pantalla.

—Colegio de Abogados. Normas de ética profesional; “Art.3º.-INDEPENDENCIA.-: El Abogado debe guardar celosamente su independencia frente a los clientes, los poderes públicos, los magistrados y demás autoridades ante las cuales ejerza habitualmente; y en el cumplimiento de su cometido profesional, debe actuar con independencia de toda situación de interés que no sea coincidente con el interés de la justicia y con el de la libre defensa de su cliente; si así no pudiera conducirse debe rehusar su intervención” —leí al ponerme a su lado sabiendo que él lo estaría leyendo al mismo tiempo—. Yo no miento, Kaulitz. Aquí los únicos que han mentido siempre, fueron ustedes. Y, por lo que confesaste minutos atrás, sobornaron a un jurado para ganar un juicio. Eso es ilegal. Estoy en todo mi derecho de demandarlos por ello, ya que esa es la situación de interés que me involucra con ustedes y no es de interés de la justicia. Llamémosle: Intereses personales.

—No lo harías… —dijo casi en un susurro viéndome con incredulidad—. No tienes pruebas.

Saqué el móvil de mi bolsillo trasero y lo puse frente a sus ojos. El dibujo color rojo de la grabación corriendo le iluminó el rostro. Tragó saliva.

—Me grabaste…

—Por supuesto que te grabé. De hecho, la grabación sigue corriendo ahora mismo. Te dije que yo no cometo el mismo error dos veces, Kaulitz.

—Pero lo has hecho sin mi consentimiento, eso es ilegal.

Sonreí de lado.

—No si yo soy parte de la conversación, tal y como continúa en este precioso instante mientras te veo la cara de cagado hasta las patas que me pones. Estoy en todo mi derecho. Yo sí actúo de manera legítima, no como ustedes —expliqué sosteniendo mi semblante serio—. Además, suelo grabar las conversaciones que surgen de forma espontánea en lugares inesperados. De este lado de la justicia, no te imaginas con cuánta frecuencia recibo amenazas. Es moneda corriente.

Me quedé en silencio por unos segundos pensando en mis propias palabras. Necesitaba pensar.

—¿Usarás esa grabación en nuestra contra después de todo?

—Lo haga o no, no lo descubrirás por yo habértelo dicho. Ahora, por favor, vete. Necesito estar sola.

—Entonces, ¿no nos ayudarás?

—Dije que te fueras, no que no los ayudaría —aclaré volviendo a verlo. Antes de que hablara de nuevo, me apresuré a continuar tras predecir sus siguientes líneas—. Tampoco dije que sí los ayudaría. Solo dije que necesito estar sola. Estar sola me ayuda a pensar. Y pensar, para mí, es impetuoso justo ahora, si no quieres que vuelva a responderte impulsivamente por enésima vez que NO.

—Ohh… entiendo —dijo y comenzó a caminar hacia la entrada—. ¿Entonces, me voy?

Lo miré de inmediato sin creerme la infantil pregunta.

«Joder… todo lo que pensaba de ti es cierto, Tom: Eres un jodido niño con barba».

&

—Me parece bastante absurdo que Heidi los enjuiciara por la relación que mantienen y no por adulterio —me dirigí a Tom—, es decir, tu supuesta infidelidad, y así querer quitarte… no lo sé, más dinero o manchar tu nombre.

—Es que no existe papel legal que la avale —contestó Bill.

—¿Qué? —fruncí el entrecejo interrumpiendo mi sorbo de café ante la sorpresa. Apoyé la taza en la mesa. El Kaulitz menor cambió de posición sus piernas cruzadas para seguir hablando.

—El único matrimonio legal aquí, es el nuestro. Por eso fui yo quien “los casó”. Para que ella no tuviera oportunidad de intervenir en la legalidad de ese matrimonio. En realidad, nos casé. ¿Recuerdas la entrevista en donde se me fue la lengua por error? —sonrió de lado viéndome a través de sus gafas color naranja—. El día en que me casé con mi hermano. No mentí. Por favor, dime que la has visto.

—Por supuesto que la vi. De hecho, subí el video a mi Twitter de escritora de aquel entonces… —lo oí carraspear un poco— y amé lo colorado que te pusiste cuando la entrevistadora te repitió tu respuesta con un asombro bastante dudoso.

—Sí, es que luego de hablar, automáticamente recordé lo que fue la noche de bodas y, al oírla, me devolví al presente, entonces se me subió un calor a la cara —explicó viendo con complicidad a su esposo—. De todos modos, al terminar la entrevista, ella me lo volvió a preguntar, pero debí negarlo.

—Como se negaron siempre —silencio. Bill y Tom se miraron de reojo—. Soy vuestra abogada, si hay alguien a quien no deben mentirle en este mundo, es a mí.

—Solo estás defendiéndonos y apenas te estamos conociendo. ¿Por qué no deberíamos mentirte?

—Porque todo lo que digan puede ser usado en vuestra contra en una corte legal —respondí irónica y rodé los ojos—. ¿Por qué va a ser, Bill? Porque los voy a representar en este caso y, puntualmente, a defender de lo que se los acuse.

—Pero aceptaste nuestro caso solo por ser nosotros y además es tu trabajo.

—No —contesté tajante y me incliné en dirección hacia ellos al apoyar uno de mis antebrazos en la mesa. Cerré mi puño—. No lo hago por ustedes ni porque sea mi trabajo.

—¿Entonces? ¿Ahora dirás que al final sí es por dinero?

—Eres un jodido arrogante, ¿lo sabías? —escupí ya hasta la coronilla del tono soberbio con el que no paraba de hablarme.

—¿Cómo me llamaste? —se puso en pie y Tom lo siguió, pero para poner sus manos en los hombros de su hermano a modo de gesto retentivo.

—Ya me escuchaste —respondí desde mi lugar y señalé su silla—. Hazte el favor de tomar asiento de nuevo, sino quieres que esta entrevista termine y ambos se vayan al demonio con la demanda que los tiene cogidos de los huevos. Agradezcan que cuento con reconocimiento internacional, de lo contrario, no habría podido tomar vuestro caso; tampoco me habría molestado en intentar hacerlo, claro, y ustedes habrían tenido que conseguirse un abogado de vuestro país. Así que, no me vengas a romper las pelotas con tus desaires ni exigencias de diva consentida.

—Maus…

Dijo Tom en tono calmo y noté que ejercía cierta presión en sus hombros para hacer que se sentara otra vez como yo le había indicado. El aludido bufó y se zafó del agarre de su gemelo para enseguida dejarse caer con desgano sobre la silla. Se cruzó de brazos y piernas al tiempo en que volteaba su rostro. Era obvio que me ignoraría, el narcisista de segunda. Viré los ojos, hastiada por lo infumable que Bill se ponía cuando se le marcaban los límites.

—Respecto a tu pregunta nada cordial: No. No lo hago ni por ustedes ni porque sea mi trabajo ni por el dinero. Lo hago por vuestro amor —ambos me miraron de inmediato—. Porque considero injusto que no puedan amarse libremente siendo que se aman de manera genuina. ¿Qué rayos importa que corra la misma sangre por vuestras venas si lo que sienten en el corazón no daña a nadie? —los vi tragar saliva y sus labios se separaron levemente de forma sincronizada con su asombro—. Yo me encargaré de sacarlos de esta. Debo formalizar nuestro acuerdo mediante un contrato escrito, así que me estaré comunicando con ustedes en cuanto lo tenga listo para que lo lean y, si no hay más impedimentos, todos lo firmemos.

—No quiero esperar. Quiero que nos des una respuesta ahora para poder organizar mis tiempos. Siempre tenemos cosas que hacer —espetó el rubio.

—¿Acaso crees que yo no, Kaulitz?

—Tú estás haciendo tu trabajo aquí. Nosotros tenemos una ocupada vida que sostener.

—Que mi vida no gire en torno a las cámaras o cuánto dinero sea capaz de gastar en ropa o estupideces diariamente por llenar un vacío, no significa que no tenga una vida.

—¡A mí no me importa en torno a qué gira tu paupérrima vida, solo no quiero que nos hagas esperar!

—Óyeme bien, embace vacío de tolerancia y respeto por el otro —escupí con mi barrita de paciencia ya seca, tras enderezarme en mi silla y dar un golpe a la mesa a palma abierta—, estás muy acostumbrado a que las cosas se hagan a tu tiempo y como tú quieres. ¿Y qué te cuento? —sonreí ampliamente con falsedad un instante—: Esta vez, la que pone los tiempos soy yo —abrió la boca para decir algo, pero no lo dejé—. Recuerda que por hacer las cosas a tu manera es que hoy tu hermano y tú están hundidos hasta las pelotas en el pantano de esa bruja con la que, prácticamente, lo obligaste a casarse por satisfacer uno de tus tantos fugaces deseos impulsivos. Y mira; por pensar en ti y tus calenturas, arruinaste más de diez años de la vida de quien tanto predicas ser tu alma gemela. Ahora la salvación de vuestro culo está en mis manos y yo haré lo que sea necesario para librarlos de semejante embrollo, cuando en realidad tú deberías encargarte, solo, de solucionarlo, ya que toda esta mierda fue tu idea —volví a sonreír sarcástica de manera efímera—. Tom logró convencerme para que hiciera algo, porque está muy preocupado por lo que pueda pasarte si las cosas no salen bien. Él te antepone por encima de su propia felicidad para que tú seas feliz y tengas paz en tu día a día, aunque tú siempre te encargues de cagarte la reputación frente a los medios al abrir la boca e inventar tantas pelotudeces. Tu hermano te ama a ti antes que a sí mismo. Piensa en eso la próxima vez que se aloje en tu pensamiento la posibilidad de volver a tratarme de manera irrespetuosa, porque nada me cuesta a mí renunciar a vuestro maldito caso, mandarlos a la mierda y que se pudran tras las rejas los años que la justicia dictamine al no tener un abogado que los defienda.

Cogí mis cosas, me levanté y me cargué la mochila al hombro.

—De acuerdo, de acuerdo, eres nuestra abogada. Te pregunto: ¿Sería mucho pedir que te vistieras acorde al título que representas? ¿Una abogada no debería usar falda y un portafolio o bolso costoso para lucir más profesional? —cuestionó Bill sin abandonar su tono de diva consentida.

Sin molestarme en voltear, lo miré apenas por encima de mi hombro al llegar a la puerta de entrada de la casa que alquilarían hasta que todo se resolviera, y le respondí:

—Mi profesionalismo no se mide por la ropa que visto ni los accesorios que uso, sino por los resultados y la calidad de mi trabajo. Así como tu simpatía no se mide por la cantidad de sonrisas que finges frente a las cámaras —reí satírica y brevemente—, acabo de comprobarlo. Adiós —abrí la puerta y me marché.

&

—¿Puedes hablar? —preguntaron, por lo que viré mi rostro para prestar atención.

—Dios mío, Tom… —dije parpadeando largamente una vez y respiré profundo ante el mini infarto que casi me da tras su inesperada aparición. Acababa de hallarme de pie junto a la ventana, viendo hacia afuera, aunque sumergida en mi mundo de pensamientos atravesados por un agresivo huracán—. Si tú y tu hermano quieren verme muerta, al menos esperen a que termine mi trabajo. No me gusta dejar las cosas a medias —bromeé sin emoción en mi voz y de forma automática me pregunté mentalmente por qué la secretaria lo había dejado pasar como si trabajase en el Estudio.

Él rio cerrando la puerta tras de sí y caminó hacia mi escritorio para tomar asiento. Alcé una ceja sin perderme detalle de sus movimientos, ya que su comportamiento conmigo se mostraba muy familiar últimamente y yo en ningún momento les mostré tal cercanía informal.

—¿Qué crees que estás haciendo? —cuestioné con mi semblante de absoluta molestia—. ¿De niño tu Mama Kaulitz no te enseñó a tocar antes de entrar a algún sitio cerrado como, por ejemplo, la oficina privada de una abogada? Y, por lo que veo, tampoco a pedir permiso. Tú simplemente te sentaste sin ser autorizado y la vida sigue.

—Tranquila, no te enojes.

—Tarde.

—¿Cómo? —cuestionó extrañado y yo solo rodé los ojos con un resoplido de por medio. Me senté en mi sillón tras mi escritorio.

—Olvídalo. ¿Qué quieres?

—¿Esa es forma de tratar a un cliente?

—En este preciso instante no eres exactamente un cliente, sino, más bien, un grano en mi culo —escupí abriendo mi computador para buscar su expediente—. Les dije que me estaría comunicando con ustedes en cuanto tuviera listo el contrato.

—Sí, pero nunca llamaste.

—¿Será porque aún no tengo listo el contrato? —indagué en tono obvio y una mueca burlona en mi rostro al verlo.

—Pero eso dijiste hace dos días.

—Porque hace dos días estoy redactándolo.

—¿Y aún no lo has terminado?

—Vuestro caso no es el único en mi agenda, Kaulitz.

—Pero eres buena para escribir, debería ser un trámite rápido para ti el hecho de redactar lo que hablamos. Además, debes estar acostumbrada, ya que eres una mujer muy dedicada a tu trabajo.

Lo miré inexpresiva.

Estaba halagándome.

Estaba dilatando su tiempo en mi despacho.

Tenía ambas manos sobre mi escritorio con los dedos entrelazados.

Buscaba averiguar algo y no era una respuesta sobre su caso.

Volví a cerrar mi computador. Lo deslicé a un lado con suavidad, me recliné en mi sillón y me crucé de brazos. Entrecerré los ojos y enarqué una ceja viéndolo fijamente.

—¿Qué vienes a averiguar, Kaulitz? —su expresión dio un vuelco. Vi el movimiento de su nuez al tragar.

—El porqué de tanta espera por…

—Mentira.

—¿Qué?

—Les dije que los llamaría. Habría esperado que Bill fuese quien se presentara en mi oficina con su ansiedad a flor de piel, pero no. En cambio, viniste tú, que todo lo resuelves y te muestras tranquilo, porque sabes que, tanto lo que tiene solución como lo que no, no es motivo de preocupación —me incliné hacia adelante sin deshacer el contacto visual—. ¿Qué quieres saber, Kaulitz mayor?

Abrió la boca y las palabras tardaron unos segundos extra en salir de ella.

—¿Dónde está tu pareja? —preguntó con un dejo de tristeza en su gestualidad y mi expresión de seriedad cambió de forma radical. Mi pecho dolió.

—Yo no tengo pareja.

—Ahora —dijo casi encima de mis palabras. Lo miré—, pero en el 2020 lo estabas. Ocho años estuvieron juntos. ¿Qué pasó después?

—Eso no te importa, Kaulitz —me puse de pie mientras fingía acomodar unos legajos que tenía a un lado de mi escritorio.

—No debería importarme, pero sí lo hace —alce una ceja—. Eran felices, estaban muy enamorados. ¿Qué pasó con él? —continuó interrogando y mi estómago se anudó. Sentí náuseas.

—Nada.

—¿Te engañó?

—No.

—¿Te dejó?

—Estas preguntas están fuera de contexto, Kaulitz.

—¿Te dejó? —repreguntó ignorando mi reciente comentario y lo miré con seriedad otra vez. Empezaba a enfadarme, porque me estaba angustiando revolver ese tema. Era una herida que tenía en carne viva desde hacía diez años.

—No.

—¿Entonces?

—¿Por qué te interesa tanto saber lo que pasó con mi pasado? Pasó, pasado, nada se puede hacer. Fin.

—Contesta, por favor.

Golpeé mi escritorio a puño cerrado y utilicé aquello como apoyo de mi cuerpo para inclinarme hacia él y verlo más de cerca a los ojos.

—¡Yo lo dejé! ¡Tuve que dejar a mi pareja, porque todo lo que me hacían a mí repercutía en él, así que lo abandoné allá para que se diera una nueva oportunidad de vivir lejos del problema que yo representaba para su vida! ¡Lo dejé como debí dejar todo el pasado de mi hermosa vida atrás, para evitar que la persona que más amo en el mundo saliera perjudicada por lo que el amor de tu vida decidió hacerme valiéndole un cuerno tu disconformidad con ello y el daño que me ocasionó! —lo cogí fuertemente por la playera con mi otra mano, totalmente embroncada al verme obligada a recordar. Abrió los ojos sobremanera y los míos se llenaron de lágrimas ante la impotencia—. ¡Eso hice, Kaulitz! ¡Morí para darle al amor de mi vida la oportunidad de ser feliz con una persona que fuera diferente a mí!

Sus cejas se curvaron mostrando tristeza y miró la lágrima que acababa de brotar, limpia, de mi ojo izquierdo para arrastrarse colina abajo hacia mi mentón.

—Y cada día de estos últimos diez años lejos de él, deseo con todas las fuerzas de mi corazón que haya encontrado a una mujer que lo ame genuina y desinteresadamente como merece, y que lo esté haciendo tan feliz como yo no pude.

Lo solté al cabo de unos segundos con mis ojos puestos en los suyos, aunque mi mirada estaba sumergida en los recuerdos, entonces apoyé ambas manos sobre mi escritorio para sostenerme o me derrumbaría y mandaría todo al maldito infierno. Comencé a respirar de manera irregular en el intento de calmarme y me anoticié de que el sujeto que me observaba, rodeaba el mueble. Percibí su presencia a mi lado.

—No te atrevas a tocarme, Kaulitz —sentencié y alcé la mirada al frente—, porque, así de patéticamente rota como me ves, sigo estando entera y no necesito que finjas recoger mis pedazos.

—No estoy fingiendo.

Un sonido irrisorio se atascó en mi garganta y una mueca intentó tomar el control de mis labios, sin resultado. Volteé mi cabeza para verlo.

—Si hay algo que aprendí de aquella vez en la que ustedes me cagaron la vida, es a no confiar en nadie. La bondad del ser humano se sortea con mucha facilidad cuando hay billetes de por medio, así que, no te creo una sola palabra; no importa cuánto esmero le pongas a tu acting.

—No puedes seguir viviendo así, con tanto rencor acumulado.

—Los últimos diez años me ha dado buen resultado —acomodé mi cuerpo hacia él al enderezarme. Limpié mis mejillas con desdén y alcé el mentón, orgullosa de mí misma—. Incluso, tras aceptar vuestro caso sé que estoy arriesgándome muchísimo, porque, tranquilamente, toda esta historia podría ser una trampa de ambos para terminar de arruinarme al haberme encontrado al fin. Pero aquí estoy. ¿Y te digo algo, Kaulitz? —su entrecejo se frunció en una mueca triste y de desentendimiento—: Si vuestro propósito actual es ese y todo esto fue un vil engaño, no me importa —reí moviendo la cabeza levemente de izquierda a derecha—. Vivir me ha dado más tristeza que felicidad y hace mucho tiempo la razón por la que me levanto en las mañanas dejó de ser el amor de mi vida, para ser forzosamente reemplazado por un trabajo que me hizo ser más odiada que querida. Si vuestra intención al buscarme otra vez fue terminar con lo poco que dejaron de mí, háganlo. De verdad no me importa. Solo les pido que, al menos, me permitan descubrir por mí misma que todo esto ha sido una farsa. Como te dije antes: detesto dejar las cosas a medias.

Culminé y rodeé el escritorio por el lado contrario adonde él estaba, para enseguida encaminarme hacia la puerta de mi despacho.

—Ahora te invito, con obligada amabilidad, a que te retires y me dejes continuar con mis pendientes. Como también mencioné antes: no son el único caso en mi lista —abrí la puerta e hice un gesto con la mano que acompañaba mis palabras.

Me miró desde la distancia, algo incrédulo, y, tras cinco segundos contados internamente por mí, empezó a caminar hacia donde le indicaba. Se detuvo a mi lado, un paso antes de traspasar la puerta y fijó sus ojos en mí. Lo miré también, pero sin modificar mi seriedad.

—Me estaré comunicando contigo en cuanto tenga el contrato terminado. Mientras tanto, limítense a hablarme solo si tienen algo relevante para informarme acerca del caso o surge algún imprevisto. Nada más. Luego estableceremos las pautas de mi vuelo a Los Ángeles para comparecer ante la Corte el día del juicio.

Aclaré. Cambié levemente mi postura en señal de que cerraría la puerta en cuanto saliera, entonces, sin esperarlo, Tom me abrazó. Sentí el impulso de empujarlo, ya que el contacto físico me era impensado desde hacía muchos años. Sin embargo, noté que apretaba mi cabeza por la nuca y susurró en mi oído:

—Esto es real. De verdad te necesitamos. Confía en nosotros.

Yo, con ambos brazos todavía colgando tensionados a los lados de mi cuerpo y los puños apretados, dejé de respirar. Necesitaba que se alejara inmediatamente.

—No me pidas que confíe en las dos únicas personas que contaban con todos los recursos para ayudarme a levantar del piso y decidieron pisotearme sin piedad —solté sintiendo que un enojo malsano se me enredaba en las palabras. El movimiento de su mano, cedió. Lo aparté de mi cuerpo y di un paso hacia atrás para incrementar la distancia—. Si es real, entonces mantén a tu esposo lejos de los medios. Nadie debe saber lo que está pasando ni que yo existo. No quiero ni una puta cámara enfocándome el rostro o esto se termina.

Asintió. Yo respiré profundo tragándome las inmensas ganas de maldecirlo y le indiqué que se largara de una vez.

&

—¡Eres una estúpida! —me gritó y fue suficiente. Me puse de pie para enseguida acercarme a él como si me llevara un carro lleno de diablos.

—¡Sí! ¡Soy una estúpida como todos los que buscamos tu bienestar, princeso caprichoso! —contesté encabronada hasta la madre y sus ojos se abrieron de par en par—. ¡Tu jodido culo y el de tu esposo están en jaque al igual que todo el imperio que te has encargado de construir durante tantos años, ¿y lo único que te importa es publicarlo en tus putas redes sociales?! ¿¡Crees que todo esto es una maldita broma, Kaulitz!?

Había ido a la casa temporal (en México) de los gemelos a hablar con Bill acerca del contenido que publicaba en sus redes sociales, siendo que él no debía publicar absolutamente nada hasta que el juicio se concretara y todo ese tema quedase cerrado. Tom había salido hacía unos minutos para comprar unos productos de belleza que su hermano olvidó llevar, por lo tanto, tenía la oportunidad de hablar con él con mayor libertad sin tener que limitarme para evitar que algo perjudicara a Tom; así como tampoco Bill tendría el respaldo de este, con el propósito de no dañarlo; como siempre amortiguaba todo lo que le ocurría.

En fin. Estaba allí, ya que habíamos acordado que solo postearía en su Instagram una foto de un paisaje equis y dejaría asentado en la descripción que, tanto él como Tom, se habían ido a un retiro espiritual para hallar su paz interior luego de tanto trabajo y tanta presión de los últimos meses y que ambos lo necesitaban, por ende, no volverían a publicar nada hasta su regreso. Mentiras blancas, claro. Pero no. La reina del drama tuvo que actualizar a sus seguidores subiendo dos historias en donde, en una, se mostraba una copa con Champagne y en la otra el desorden que había quedado en su sala de estar luego de —por lo que interpreté en las ropas tiradas y todo el desastre— haber hecho el amor con su hermano. Sinceramente, me lo quise comer crudo. Eso era una vil provocación hacia la exesposa de Tom, estaba claro. Heidi vivía pendiente de todos sus movimientos y era obvio que aguardaría ansiosa por el mínimo desliz de Bill (quien era el único que todo lo hacía público) para agarrarse de ello e ir más allá con su demanda.

Por momentos pensaba que Bill, literalmente, vivía en una nube de pedos en donde se creía inmune al veneno de su alrededor. Dios.

Cuando vi una captura de sus historias en una noticia reciente de uno de los medios que solía tergiversar con maldad toda nueva información que él iba desperdigando por sus cuentas, casi me da un ataque. Principalmente, porque, en su segunda historia del desorden, aparecía con claridad una zapatilla de Tom y se apreciaba ropa interior masculina (la de ambos) en el respaldo de la cama. Sin mencionar que la historia previa con la copa de alcohol nada tenía que ver con un retiro espiritual. «Me cago en todos tus aires de diva», pensé.

—¡Estoy a nada de mandarlos a la puta que los parió a los dos, por culpa de tu jodido comportamiento de niño mimado y si todavía no lo hice fue por respeto a tu hermano!

—¿¡A mi hermano!? ¿¡Ahora me dirás que crees tener una oportunidad con él al hacerte la buenita como todas las mujeres que se nos acercan!?

—¡Por supuesto que no, Kaulitz! ¡De hecho, ustedes me buscaron, sino yo jamás me les habría acercado!

—¡Creí que lo hacías por nuestro amor!

—¿¡Cuál amor, Bill!? ¡Dime! ¿¡De cuál amor estás hablándome si solo te centras en ti mismo importándote una mierda si le haces daño a quien se supone que es la persona que más amas!?

—¿¡Qué estás diciendo!? ¡Todo lo que hago, lo hago por Tom y para que seamos cada vez más reconocidos!

—¿¡Acaso dejaron de hacerte sinapsis las neuronas o qué demonios pasa contigo!? ¿¡Más reconocidos grabando mentiras y filmándote haciendo el ridículo para subirlo a tus redes sociales cuando en realidad deberías pensar en la mala imagen que estás dejando con ello y el declive de tu integridad!? —escupí señalando el puñetero móvil que no apartaba de su mano ni siquiera al estar en plena discusión conmigo, recordando todas las payasadas que había hecho públicas tiempo atrás—. ¿Le preguntaste a tu esposo si algo de todo lo que tú haces supuestamente “para hacerlos más reconocidos” coincide con lo que él quiere para la imagen que estás construyendo de ambos?

—¡No necesito preguntarle nada! ¡Tom me deja ser y acepta todas mis decisiones!

—¡Porque no le queda de otra, imbécil! ¡Ese cerebro lleno de ideas para la fama, úsalo para pensar en tu gemelo por una vez en la maldita vida! —exclamé presionando mis sienes con mis dedos índice y mayor al mismo tiempo—. ¿No te has detenido a pensar por un segundo, ¡un puñetero segundo!, en si lo que tú haces y quieres tiene algo que ver con lo que de verdad Tom quiere para su vida? ¿¡Eh!?

—¿¡Tú qué mierda sabes sobre lo que él quiere!? ¡Ni siquiera debería estar discutiendo esto contigo! ¡No eres nadie! ¡Solo una abogada a la que le pagamos muy bien por resolver nuestros problemas con la zorra de Heidi!

—Gracias a ti son estos problemas que ambos tienen con ella.

—JÁ —ironizó al colocar ambas manos a los lados de su cadera para verme con altanería—. Ahora yo tengo la culpa de todo.

—¿Quién más? —enarqué una ceja—. Por supuesto que tú eres el culpable de todo esto por lo que están pasando, así como también eres culpable de que muchos de tus antiguos amigos se hayan alejado de ti; de que tu madre viva preocupada por las críticas que recibes y de que los medios te descuarticen de manera inhumana, semana a semana, tras tú publicar una nueva historia en tu Instagram en donde te expones patéticamente. De no ser por Tom, que se mantiene firme a tu lado por el desmesurado amor que siente por ti, te habrías quedado completamente solo. Y así, de todos modos, pareciera que te tomas tu vida como un constante reality show en donde necesitas levantar el rating a diario para llegar más lejos a nivel mundial, cuando tus acciones no hacen más que ponerte en vergüenza.

—¡Cierra la boca! ¡Tú no entiendes nada de lo que es ser una estrella de la farándula! —espetó y noté que sus ojos brillaron repentinamente y sus cejas se curvaron un poco. Al parecer, mis balas al fin empezaban a traspasar su chaleco narcisista—. ¡Todos están en mi contra!

—Nadie está en tu contra, pedazo de ingrato. Tu hermano solo intenta que no arruines tu vida y tú solo te esfuerzas por cagarla un poco más cada día. ¿¡Podrías abrir los putos ojos de una jodida vez, Bill Kaulitz!? ¡Nadie intenta hacerte daño más que tú mismo con toda la mierda que te inventas! ¿Acaso no te has puesto a pensar en por qué tus amigos te dejaron?

—No, cállate… —se volteó con intención de huir, pero lo cogí por el brazo obligándolo a verme otra vez, entonces, comprobé que sí; sus ojos estaban aguados.

—¿O por qué necesitas salir a conocer gente cada fin de semana y así poder hablar con alguien que no sea tu gemelo? —negó con la cabeza tras cerrar los ojos y las lágrimas se desbordaron de ellos—. Sí, Bill. Sí. Y ahora dime de nuevo que soy una estúpida. De hecho, para ti, todos lo somos en tanto estemos en desacuerdo con la forma enferma en la que decides llevar tu vida.

—Nadie me entiende… —dijo al mirarme tras esforzarse por endurecer su expresión, pero la angustia era más fuerte y lo noté—. Solo quieren opacar mi imagen…

—Nadie intenta opacar tu imagen más que tú. Y a mí no me engañas. A ti ya no te importa Tom ni tus fans ni tu madre. Solo te importa cuántas miradas atraigas y en cuántas bocas estés alrededor del mundo, independientemente de si esas miradas son por admiración o asco; y si esas bocas hablan de ti para halagarte o para avergonzarte.

Yo ya no le hablaba con enojo, sino, más bien, con preocupación. Él solo me veía con los ojos húmedos.

—Déjame tranquilo —se zafó de mi agarre y se limpió el agua salada del rostro con molestia—. Por años, sufrí mucho al tener que esconder mi verdadera sexualidad y debí soportar muchas cosas para estar en donde estoy hoy. ¡Nadie me dirá cómo debo comportarme siendo al fin un hombre libre!

Cerré los ojos al descubrir que su parte egoísta volvía a aflorar dejando atrás de nuevo al Bill empático con él y sus seres queridos que con tanto trabajo traté de encontrar.

—Entiendo que tu infancia fue muy dura y llena de carencias y que tu desesperación por salir de todo eso en el menor tiempo posible te llevó a verte obligado a aceptar miles de cosas que terminaron traumatizándote. Lo entiendo y lo sé. Pero ningún pasado, por más cruel que haya sido, justificará jamás el daño que actualmente estás haciéndole al Bill Kaulitz que surgió de todo aquello; mucho menos el que le haces a las personas que más te aman sobre esta Tierra: tu hermano y tu madre —agregué ya cansada de pelear con una persona así. Era como boxear al aire con los ojos vendados en busca de golpear la pelota de reflejo, sin hallarla. Realmente agotador—. ¿Qué amor verdadero entre tú y Tom pretendes que defienda en ese juicio si el único amor que muestras que te importa es el que sientes por tu fama? —le pregunté con seriedad, aunque mi interior lloraba de tristeza. Me dio la espalda. Mis ojos se llenaron de lágrimas al corroborar lo que siempre había sostenido en mis creencias desde muy joven, entonces hablé otra vez—: ¿Sabes qué, Bill? Yo siempre creí que Tom era quien más amaba en vuestra relación y ahora compruebo que nunca estuve equivocada.

Lo vi caer de rodillas al suelo y rompió en llanto. Una lágrima cayó cuesta abajo por mi mejilla, puesto que el inmenso amor que Tom sentía por Bill, me recordó al que mi expareja demostró sentir por mí cada día que estuvimos juntos y yo fui muy egoísta al no haber podido corresponderle con la misma intensidad. Apreté los párpados un momento, golpeada por el recuerdo.

Cogí las llaves de mi auto y me dirigí hacia la salida. Abrí la puerta y Tom me miró sorprendido con la llave en el aire, ya que estaba a punto de ponerla en la cerradura para ingresar. Frunció ambas cejas en señal de extrañeza, de seguro al ver mis lágrimas.

—¿Pasó algo?

—Mañana presentaré mi renuncia —fue todo lo que dije con el tono de voz más firme que fui capaz de esbozar y me marché.

&

—¿Vas a querer ver una película hoy, mi vida?

—Sí, mi amor. Como todos los sábados —respondí poniendo la pizza congelada en el horno.

—¿Tienes alguna en mente? —preguntó sin apartar los ojos de la pantalla de su computadora. Me acerqué y puse ambas manos en sus hombros para hacer lo mismo. De manera automática, él posó una de las suyas encima de una de las mías (como siempre hacía) mientras que con la otra manejaba el mouse para revisar las miniaturas de cada film. Noté que había abierto todas las plataformas con las que contábamos para buscar uno.

—La que quieras, amor.

—¿Acción, comedia, dibujitos? Sé que las románticas no son lo tuyo… —bromeó e hice presión en sus hombros provocando que riera a causa del “dolor”—. Auch…

—Busca una de Ryan Reynolds que tenga acción, porque gracioso siempre es ese hombre —reí y apoyé mi mentón en su cabeza.

—Bueno, mi amor.

Levanté la cabeza y abrí los ojos, ya que había apoyado mi frente en el “Monte de Venus” de ambas palmas y mi mente se trasladó hacia uno de los momentos que había tenido con mi expareja, la que debí abandonar en mi país de origen. Respiré profundo viendo un punto fijo. Los Kaulitz habían logrado destapar mi caldera de recuerdos y los momentos junto al amor de mi vida se rompían en burbujas que me salpicaban a la cara cruelmente.

Volví a acercar mi laptop para continuar redactando mi renuncia y así notificar formalmente a los gemelos a la mañana siguiente. De pronto, sonó el timbre.

Detuve mis movimientos y eché la cabeza hacia atrás resoplando ruidosamente. Intuía de quién podría tratarse y no tenía ganas de fumarme ninguno de sus argumentos para convencerme otra vez.

Miré la hora en mi reloj de pulsera. Era pasada la medianoche, podría fingir no estar o, sencillamente, la realidad: No abrir por falta de ganas.

Me recosté en el espaldar de mi silla y dejé descansar ambas manos entrelazadas sobre mis rodillas, debido a que las tenía flexionadas sobre el asiento. Estaba en mi casa, con ropa cómoda, y solía sentarme de manera informal.

Timbraron de nuevo.

—Malditos sean los alemanes —mascullé entre dientes antes de bajar los pies y ponerme las pantuflas para encaminarme a la entrada y acercar mi cara a la puerta—. ¿Quién?

—Yo —respondieron al otro lado. Inmediatamente reconocí la voz.

—No hay nadie.

—Oh, vamos… Ábreme, por favor.

Rodé los ojos y abrí. Enseguida me devolví hacia la mesa de la sala sabiendo que ingresaría. Cogí mi laptop y me crucé de piernas al sentarme en el sofá para apoyar el aparato en ellas y continuar escribiendo.

—Vaya, pero qué relajada estás después de haber hecho llorar a Bill —comentó mientras caminaba hacia donde yo acababa de acomodarme—. Él tenía razón, eres una insensible.

Lo miré con la ira trepándoseme por el cuello, pero de inmediato cambié mi chip, ya que era obvio que Bill se pondría en el rol de víctima y a mí me dejaría como la villana de toda la situación. Sobraba saber que no le había contado ni la mitad de lo que en verdad había pasado en su apartamento esa mañana. Ese rubio tenía la realidad bastante alterada.

—¿Eso dijo tu queridísimo esposo?

—Sí.

—Bien —sonreí—. Lo que lo haga feliz —regresé la atención a mi computador y seguí tecleando.

—¿Así nada más? ¿No dirás nada para defenderte?

—¿Defenderme de qué, Kaulitz? —alcé la vista de nuevo para verlo fijamente ya harta de todo en general—. ¿Defenderme del discurso de un narcisista que se victimiza por su pasado? ¿De las mentiras de alguien que no quiere ver más allá de sus narices? Ya demasiada energía me drenó en la mañana al mantener esa discusión porque yo, como la ilusa que soy, intenté hacerlo entrar en razón, sin resultado. No tengo ganas de revivir en mi cabeza todo eso, así que, quédate con lo que sea que te haya dicho él. Créele todo, si quieres, por más descabellado que te parezca, y fin del tema.

—No le creí —contestó y mi expresión se suavizó ante la sorpresa—. Al menos, no todo. Por eso vine a escuchar tu versión. Últimamente, siento que Bill solo busca llamar la atención con lo que hace.

—¿Últimamente? —alcé una ceja—. ¿Acaso tu interpretación de los hechos viene con delay, Kaulitz?

—No me hace gracia.

—Ni yo lo dije para que te rieras.

—Vale. ¿Podrías decirme qué pasó entre tú y mi hermano?

Me quedé viéndolo inexpresivamente por unos momentos hasta que al final bufé y aparté el computador de mi regazo.

—Siéntate —le indiqué el sillón de un cuerpo frente al mío, pero se sentó a mi lado en el sofá de tres cuerpos en donde estaba. Viré los ojos hacia el techo y me enfoqué otra vez en él—. ¿Por qué no eres tan distante como lo es tu hermano? Él odia la cercanía física de personas que no conoce y debo admitir que es lo único que actualmente me agrada de él.

—Me siento cómodo contigo —fue su respuesta y me detuve a observarlo por unos segundos, porque… mi lado Analista se activaba de nuevo y no podía evitar verlo como a un niño, tan apegado a su Mama Kaulitz, que cualquier figura femenina que le brindase la misma seguridad que hubiera sentido en su infancia con ella, inmediatamente lo invitaba a crear un vínculo de apego maternal. Me era imposible pasar por alto aquel fugaz análisis. Me lleva la mierda—. ¿Quieres que me siente en otra parte?

—No, Tom. Está bien —dije algo conmovida por haber confirmado otra de mis creencias respecto a él. Tom era un buen hombre y sin maldad alguna. El problema radicaba en que su bondad era tan grande como la facilidad de ser manipulado por las personas equivocadas. Y así le estaba yendo. Aclaré mi garganta y me reacomodé en el sofá—. Con todo respeto voy a decirte esto, aunque, siéndote franca, no me importa si te ofendes o te enfadas por mi sinceridad. Al fin y al cabo, es lo que veo —advertí con semblante despreocupado. Ya había entendido que nada de todo lo que estaba ocurriendo era mi problema ni tenía que ver conmigo—. Bill está enfermo.

—¿Qué? —abrió los ojos sobremanera—. ¿Cómo que enfermo? ¿De qué?

—Enfermo de él mismo. Es un adicto a la fama.

—¿Tú también vas a juzgarlo?

—No. Yo solo te daré mi punto de vista, porque tú me pediste mi versión de los hechos —expliqué con seriedad—. Honestamente, no me importa si a Bill un día se le ocurre salir en pelotas a decorar las calles con flores color púrpura por todo L.A. o si se viste con un racimo de uvas en la cabeza, montado en un pony. Así como tampoco me importaría verlo con una pareja distinta, cada una hora, todos los días. A mí no; y a él, evidentemente, tampoco. Pero a los medios, sí. ¿Y qué con los medios? —me adelanté a citar su predecible pregunta, simulando una voz similar a la suya, a lo que él pestañeó incrédulo con la boca abierta como si le hubiera arrancado las palabras de la lengua—. Todas las payasadas que hace tu hermano libremente, es carne fresca para los medios.

Lo vi entrecerrar los ojos como si le estuviese hablando en un idioma inventado. Miré efímeramente al techo.

—Te lo explico de esta forma para ser más clara: Tu hermano quiere ser más famoso que el día anterior, ¿cierto? —Tom asintió con un gesto de por medio que dejaba claro que no era la respuesta que quería dar, pero sí la que debía—. Bien. Para adquirir fama/ser famoso, debes ser reconocido por muchas personas hasta convertirte en una figura pública. Bueno, tu hermano ya lo es y no le basta, entonces, ¿qué hace? Estupideces —me miró con molestia, pero no me interrumpió—. Y es genial, porque al fin se siente un hombre libre y no tiene que esconderse como lo hizo durante casi treinta años, como él dice. No obstante, toda libertad tiene un límite, Tom, y Bill los desafía permanentemente. Lo que él hace para conseguir más fama es actuar con excesivo libertinaje sin medir las consecuencias. Y esto no pasa porque él deba pensar en sus fans o en otras personas antes de hacer algo, sino que él debe pensar en sí mismo, pero en su integridad y la imagen que quiere crear de, valga la redundancia, sí mismo. Bill habla y hace cosas descabelladas con la premisa de que “al fin es un hombre libre” cuando en realidad todo de él grita que busca más ojos que lo vean. Él busca atención alrededor del mundo, sin importar de quién sea esa atención que llama. No le importa si las miradas que atrae son de admiración sana o de vergüenza y asco. Tampoco le importa si hablan de él para mencionar todas las bellas características que tiene como persona o si hablan sobre las locuras que hizo recientemente dejando opacada su imagen como persona y lo ven como a un trapo sucio que cualquiera puede usar y desechar cuando quiera. ¿Total? Lo que cuenta es que se hable de lo que hizo e hicieron con él, y no de lo importante que es. ¿Qué tipo de atención es la que busca atraer? Ese fue el debate que devino en pelea. Nadie debería juzgarlo, el problema es que él hace cosas que lo exponen de manera insana y poco profesional, y es así como van a tratarlo y lo que les llenará la boca para cuando sea el momento de hablar de él.

Tom solo me miraba. Uno, dos, tres segundos en silencio.

Cuatro… cinco… Miré a un lado y otro sin mover la cabeza. «¿Este hombre respira?», me pregunté mentalmente. Me asusté.

—¿Estás ahí? —indagué a modo de chiste, entonces parpadeó dando un casi imperceptible brinquito en su sitio.

—Sí…

—Hombre, ¿se te apagó la tele de pronto? ¿Estás bien? ¿Qué te pasó?

—Es que… todo lo que dijiste, me hizo viajar al pasado, cuando Bill soñaba con ser un cantante mundialmente conocido y luego, cuando al fin lo consiguió, discutimos mucho al obligarnos a Georg, Gustav y a mí, a aceptar las terribles cláusulas del contrato que el cretino de Jost nos hizo firmar diciendo que nuestra música se escucharía en todo el mundo. Bill estaba de acuerdo, pero nosotros no del todo. Igualmente…

—Hicieron lo que Bill quiso que hicieran —completé su frase y él asintió cabizbajo. Suspiré y me crucé de brazos—. Este comportamiento de tu hermano no es nuevo, lo sé. Lo que sí es nuevo y, a su vez, preocupante, es lo extremo de él. La sed de fama es una adicción como cualquier otra y lo único que se obtiene cuando un sujeto cae en una y no logra reconocer a tiempo que tiene un problema, es la muerte. No digo que Bill vaya a morir “por hacerse más famoso” —apuré mis palabras para prevenir su preinfarto y un desmadre en mi apartamento—, es algo simbólico. Lo que sí va a terminar muriendo es el lado bueno de su reputación.

—No comprendo…

—Llegará un momento en el que todas las locuras que está cometiendo tendrán tal alcance, que terminarán por opacar todo eso bueno con lo que también cuenta como ser humano. Bill no lo ve y se autoconvenció de que todo el mundo está en su contra y que nadie lo deja ser. No nota el declive de su propia integridad y que el único culpable de ello no somos nosotros ni los medios, sino él mismo.

—¿Y qué puedo hacer para ayudarlo?

—Nadie podrá ayudarlo si él no quiere ser ayudado y, para que él quiera ser ayudado, primero necesita identificar y aceptar que tiene un problema —dije y callé un instante al desviar la mirada, reflexionando. «¿Bill creerse capaz de tener un problema? ¿La Queen aceptando una mancha en su corona?», me dije y alcé una ceja tras volver a verlo—. Está perdido.

Solté y amagué a levantarme del sofá, pero lo impidió.

—No me digas eso… —espetó en tono de súplica y yo rodé los ojos. Trataba de ponerle humor para no echarlo a patadas de mi hogar, pero me la estaba poniendo bastante difícil—. Todos se alejan de nosotros… o, más puntualmente de Bill, y ahora todo tiene un poco más de sentido. Incluso tú nos dejas —clisó su mirada en la mía y pude leer la desesperación en ella—. ¿De verdad vas a abandonarnos? No tenemos quién nos ayude…

—Tranquila, amor. Vamos a hacerles una contrademanda y los haremos pagar por toda esta mierda que te hicieron —dijo mi pareja con mi frente apoyada en la suya tras tenerme cogida por el rostro. Yo me aparté un poco para verlo a los ojos.

—No.

—¿Cómo que no? —interrogó confuso. Yo negué levemente con la cabeza.

—Pudieron habérmelo quitado todo, pero mi paz no se la van a llevar.

—¿De qué paz me estás hablando, amor? Esos tipos te enjuiciaron y acaban de sacarte todo por lo que te esforzaste durante años. Ya no tienes paz.

—Ahora no la tengo, pero la tendré. Si los demando o busco una forma de hacerles daño, jamás tendré esa paz en mí de nuevo. Nada hecho con el único fin de generar un daño a otra persona, puede producir algo tan limpio como la paz con uno mismo.

—Pero, amor…

—Dije que no voy a hacer nada en su contra. Ellos eligieron hacerme un mal, yo no soy como ellos. Me quitaron mi título y mi identidad como escritora; no permitiré que también me arrebaten mi humanidad. Yo soy diferente.

Recordé.

Ahora era mi oportunidad para acabar con sus oportunidades de salir adelante como ellos habían hecho conmigo al punto en que debí cambiar mi identidad. Sabía que, si a ese juicio no lo enfrentaban respaldados por la ley y, de hecho, no lo ganaban, ambos lo perderían todo. Y lo que era peor para ellos —o al menos para Tom—, se perderían el uno al otro.

—¿Um?

No pude evitar la tristeza en mi semblante, ya que, a pesar de lo que su esposo me había hecho tiempo atrás, yo lo había admirado durante mis años de adolescente y una pequeña parte de esa adolescente, todavía la llevaba conmigo.

—No, Tom. No voy a abandonarlos.

—Gracias, Eugene —expuso manifestando alivio y yo me puse seria otra vez.

—Te dije que no me llamaras así.

&

El día del juicio había llegado y yo no podía estar más nerviosa. De hecho, todo mi interior palpitaba, sentía frío, aunque me percibía sudando a mogollón. Sentía tirones hacia abajo en el interior de mi estómago y el corazón lo tenía acelerado a más no poder. Me costaba respirar con normalidad. Sentía que la muerte era inminente allí, de pie, esperando en la entrada de la Corte a que mis clientes llegaran. Necesitaba salir corriendo, pero mis pies estaban clavados al piso. Percibía un fuego en mi cara que temía que en cualquier momento reventara. Todos mis sentidos estaban agudizados. Lo oía todo y a la vez nada. Mis ojos no sabían dónde fijarse. Sentía que todo mi cuerpo temblaba. Debía estar dando un vergonzoso espectáculo de puta madre…

—¡Walls! Qué tranquila se te ve —saludó Tom y estiró su mano para que la estrechara. Bill lo imitó, pero sin mediar palabra.

«Por supuesto que se me ve tranquila, cariño. ¡Toda mi imagen irradia paz mientras que un tornado se despliega en mi interior, maldita sea!».

—¿Por qué no habría de estarlo? —sonreí con falsedad devolviéndoles el saludo y apagué mi sonrisa—. Llegan tarde. Vamos.

Me di la vuelta y subí las escaleras para adentrarnos al edificio. Sus pasos detrás de mí me anoticiaron de que me seguían. Cuando estuvimos a punto de entrar a la Corte, me di cuenta de que me faltaba una carpeta.

—La puta madre —me quejé deteniendo mi andar al instante.

—Am… ¿qué paso? —cuestionó Bill.

—Nada. Ustedes entren y ubíquense en vuestros lugares tal cual hablamos anoche. Enseguida regreso.

—Walls… —oí la voz de Tom, pero no le di importancia y caminé aprisa hacia afuera.

«Seguro la puñetera carpeta se me cayó mientras esperaba, porque no tenía registro de los movimientos de mi cuerpo al estar atravesando menudo huracán interno. Me cago en la madre…», me interrumpí a mí misma al ver la carpeta sobre una silla que inesperadamente estaba a un lado de la entrada. «¿Qué carajo pasó ahí?», me pregunté sin detenerme en ello. La cogí con rapidez y me devolví a la Corte. Cuando estaba por entrar, me interceptaron en la entrada.

—Walls —dijo casi haciendo que me chocase con él. Una desagradable media sonrisa se colgó de sus venenosos labios.

—Anthony —enarqué una ceja—. Diría que me da gusto verte, pero mentir no es lo mío.

—Ja, ja, ja. Siempre tan elocuente —rio sarcástico—. Hasta que no te viera aquí, no iba a creer que fueras tú la abogada defensora.

—¿Qué te hacía dudar? Se supone que lees el caso completo y te informas acerca de la parte demandada.

—Es que el caso en sí me pareció una broma de mal gusto —escupió su veneno con una mueca de asco. Yo respiré con profundidad aguantándome las ganas de romperle la nariz de buitre que le brotaba de manera despareja del centro de la cara—. Pero ahora que te veo, por supuesto que lo creo.

—¿Qué quieres decir?

—¿Leíste el caso completo, Walls?

—¿Una pregunta retórica a modo de respuesta a una colega, Anthony? ¿En serio? —viré los ojos—. Por supuesto que lo leí completo.

—¿Y qué haces aquí entonces?

—¿Disculpa?

—Ese caso es un asco. Todo de él. Vienes a defender lo indefendible, a las dos personas que te cagaron la vida. ¿Tan hambrienta, Walls?

—Eres un imbécil, querido Anthony. Soy la abogada de los Kaulitz y esto no tiene nada que ver con mi pasado.

—¿Abogada? —rio de manera exagerada y me miró con gesto solapado—. Tú no eres más que una psicóloga fracasada vestida de abogada que debió conseguirse otro título para poder ser alguien en la vida después de haber defendido algo tan enfermo como el incesto. ¿Ahora defiendes a quienes te lo arrebataron todo en aquel entonces por la misma razón? Eso suena a un intento desesperado por recuperar lo que tú misma te encargaste de perder. Por favor, no me hagas reír.

Lo miré como si pudiera asesinarlo con el pensamiento, entonces nos interrumpieron.

—¿Está todo bien, Eugene?

Ambos le prestamos atención al mismo tiempo.

—¿Y también les permites llamarte por tu nombre? —volvió a reír con socarronería—. Tú sí que te arrastras, expsicóloga fracasada.

—¿Qué dijiste, hijo de perra? —cuestionó y se le aproximó con manifiesto enojo, pero lo retuve para evitarle nuevos problemas a él y a su hermano.

—Nada, Tom.

—Sí. Tú bien oíste cómo te llamó…

—Tom —lo obligué a mirarme y abrí los ojos de manera obvia para que cerrara la boca—. Fue un malentendido, nada más. Vamos adentro. La audiencia comenzará en breve. Éxitos, Turner.

Le dije formalmente a mi despreciable colega y nos adentramos a la Corte.

—Deja de llamarme por mi nombre, maldición —dije con marcada molestia mientras caminábamos—. Y mantente al margen de mis asuntos. Tú no eres juez ni verdugo de mi vida.

Resoplé al tiempo en que atravesábamos la Corte hacia nuestro lugar, fue entonces que vi a Heidi de espaldas a nosotros.

«Que el juego comience, maldita perra».

&

—¿Es cierto que usted mantenía relaciones sexuales con su propio hermano gemelo durante el matrimonio de este último con mi cliente?

Interrogó Turner a Bill, que ya estaba en el estrado para declarar, y yo apreté los párpados bajando levemente la cabeza por el modo tan cruel que ese maldito había escogido al elaborar la jodida primera pregunta.

—Objeción, su Señoría —me puse en pie—. El que mi cliente haya tenido intimidad con el señor Tom Kaulitz mientras este estuvo casado con la señora Klum, no está en disputa en este juicio.

—La abogada tiene razón, Licenciado Turner. Aténgase a la cuestión de hecho, si es que ha leído completo el caso antes de aceptarlo —dijo la Juez y viré los ojos hacia abajo sin mover mi cabeza, acompañando una casi imperceptible mueca irrisoria en mis labios.

«El karma te escupe en la cara, Anthony», me burlé mentalmente, ya que ese desgraciado me había hecho esa misma humillante pregunta previo a ingresar a la Corte.

—Sí lo leí, Señoría —respondió con fingido respeto. Yo sabía que se estaba mordiendo por dentro—, y mi pregunta está vinculada al asunto del caso.

Al cabo de unos segundos sin deshacer el contacto visual, la Juez se dirigió a mí.

—Ha lugar —me senté con una maldición atorada en la lengua—. Proceda, abogado.

Ese tipo intentaría exponerlos de la forma más asquerosa que le fuera posible tras cada palabra que pronunciara al hacerles el interrogatorio; estaba segura. Esto los incomodaría, por obviedad, y, si no se enojaban, los Kaulitz corrían riesgo de ponerse tan nerviosos que quizás se vieran tentados por la mentira para dar respuestas inmediatas. Lo cual sería un verdadero problema.

Bill separó los labios para responder, pero el abogado volvió a atacar con una nueva pregunta sin darle tiempo a que lo hiciera.

—¿Y también es cierto que usted tenía sexo en los tours de la banda aun sabiendo que dos de los miembros de esta se hallaban próximos a ustedes y que, a su vez, mi cliente seguía casada con su hermano gemelo? —llevé una mano a mi frente al volver a cerrar los ojos. Ese hijo de puta definitivamente buscaba incomodar a Bill hasta que el cerebro se le pusiera en blanco. Otra vez interrumpió su contestación para formular una nueva pregunta y fue suficiente para mí—. ¿Además es cierto que…?

—Objeción, su Señoría —me puse de pie nuevamente con ambas manos apoyadas en el escritorio—. El abogado no permite que mi cliente le brinde una respuesta e intenta desacreditarlo. Más que interrogarlo, pareciera que está atacándolo.

—Deje sus analogías fuera de la Corte, señorita Walls —me advirtió la Juez y enseguida se dirigió a mi colega—, pero tiene razón. No ha lugar. Abogado Turner, espere a que el señor Kaulitz conteste una pregunta antes de elaborar una nueva, por favor.

Anthony me miró de reojo y se devolvió a la Juez, entonces asintió.

—Sí, su Señoría —colocó ambas manos detrás de su espalda y se enderezó en su lugar para ver fijamente a Bill—. Disculpe, señor Kaulitz. ¿Quisiera responder a mi primera pregunta, por favor? —Heidi volteó el rostro para verme cuando me senté otra vez, pero yo la miré de manera fugaz y volví a centrarme en Bill. Lo notaba muy nervioso y no paraba de mirarme alternando entre mi colega y yo.

«Por el amor de todos los dioses griegos, Bill, mantén a raya tus aires de diva vengativa, porque, un paso en falso, y el caso se nos viene a pique», le recé en mi mente y respiré profundo.

El abogado repreguntó:

—¿Es cierto que usted mantenía relaciones sexuales con su propio hermano gemelo durante el matrimonio de este último con mi cliente?

—No —respondió y Tom me apretó el brazo que estaba de su lado al yo tener ambos sobre el escritorio para sostener un lápiz entre mis dedos. Viré los ojos al gesto. Era parte de su manifiesto nerviosismo y necesitaba de apoyo al no tener a su esposo cerca, por eso el contacto. Esta vez, no lo aparté.

—¿Cómo que no, señor Kaulitz?

—La señora Klum nunca estuvo legalmente casada con mi hermano.

—¿Qué? —inquirió absorto el abogado y se giró a ver a su cliente por un instante. Yo sonreí de lado y me relajé en el espaldar de mi asiento para disfrutar del espectáculo.

Como imaginé, Heidi no había sido del todo honesta con su querido letrado. De seguro había estado más ocupada cogiéndoselo mientras le inventaba una película de víctimas en donde ella era la protagonista sin mencionarle los detalles verdaderamente relevantes.

—Pero mi cliente cuenta con un certificado de matrimonio legítimo que la avala.

—Es falso —contraatacó Bill y ahora venía la parte más difícil de revelar para él—. Yo…

Vi el movimiento de su nuez al tragar saliva y clisó su mirada en la mía. Con un muy sutil movimiento de cabeza a modo de asentimiento, traté de transmitirle la seguridad que lo estaba abandonando.

—¿Usted…? —lo apuró Turner—. ¿Va a responder, señor Kaulitz?

—Recuerde que se encuentra bajo juramento, señor Kaulitz —agregó la Juez al, de seguro, notar su nerviosismo, y él la miró efímeramente antes de voltear hacia su gemelo (a mi lado) y enseguida a mí. Parpadeé.

Endureció la expresión en su rostro y volvió a fijar su atención en el abogado de Heidi. Alzó levemente el mentón mostrando superioridad.

—Ese documento es falso, porque quien en realidad se casó legalmente con Tom, fui yo. Yo mismo nos casé y la señora Klum siempre estuvo informada y de acuerdo con ello desde un principio.

—¡Eso es mentira! —saltó la perra, quiero decir, Heidi, tras ponerse de pie al tiempo en que le apuntaba con su “garra índice” en plan acusador—. ¡Además de enfermo, eres un maldito mentiroso, Bill Kaulitz!

—¡Orden en la sala! —exclamó la Juez dando dos golpes a su atril con su martillo. La señaló con el mismo—. Siéntese, señora Klum, y cálmese o la consideraré en desacato —se dirigió a Bill—. Señor Kaulitz, en este juicio no se está debatiendo si la señora Klum estaba o no en legítimo matrimonio con su hermano mientras ustedes mantuvieron vuestra relación, sino lo que esta relación de incesto significa ante la ley, la cual es ilegal. La señora Klum los demandó por cometer un delito y vuestra abogada deberá presentar vuestra defensa para determinar por qué no deberían ser enviados a la cárcel tras violar dicha ley. A partir de ahora, solo limítese a responder lo que el Licenciado Turner le pregunte, sin agregados de datos irrelevantes a la cuestión de hecho.

—Sí, su Señoría —respondió Bill y me miró.

Si bien no nos favorecía en nada para defender el asunto del caso de la disputa legal en cuestión, sí nos había ayudado a que Heidi mostrase su verdadera cara y que ella también quedara expuesta frente a la Juez y al jurado. Esto lo había hablado con los chicos y les dije que había una alta probabilidad de que todo se diera de la manera en la que se dio, así que, por un lado, no ocurrió algo inesperado para nosotros, sí para Heidi y su abogado. Que, de hecho, ahora Turner estaba enterado de un pequeño gran detalle que su cliente, evidentemente, le ocultó o decidió obviar, por lo que la veracidad del resto de lo que le dijera, sería puesto en tela de juicio por su propio letrado. Punto para los Kaulitz.

—¿Qué cree que pensaría mi cliente al enterarse de la relación que usted mantiene con quien era su esposo y, a su vez, es su hermano gemelo?

—Objeción, su Señoría. La pregunta es especulativa.

—No ha lugar. Reformule, abogado.

—Sí, su Señoría —asintió con la cabeza—. ¿Considera normal la relación que mantiene con su hermano gemelo?

—Objeción, su Señoría. El abogado Turner no especifica a qué se refiere con “normal”.

—No ha lugar. Licenciado Turner, reformule la pregunta por última vez y sea más explícito, por favor.

Anthony me miró y yo sonreí de lado, victoriosa. A todo su interrogatorio, yo venía encontrándole una falla o algún detalle que lo obligaba a reformular cada pregunta. Cada intervención mía, lo desenfocaba un poco más de lo que hubiera armado con Heidi, lo cual le daba un poco más de margen al error.

—Sí, su Señoría —enfocó sus ojos en Bill—. Señor Kaulitz, ¿conoce usted la diferencia entre un hecho lícito y un hecho ilícito?

—Sí.

—Señor Kaulitz, ¿conoce usted a lo que todos en el mundo, independientemente de qué ámbito, religión y/o porción del planeta —se volteó un instante para verme. Aquella referencia iba destinada a mí, como una flecha buscando un blanco— nos referimos cuando hablamos de “algo prohibido”?

—Sí.

—¿Ha oído usted hablar sobre el incesto? —Bill parpadeó repetidas veces como si sus palabras lo hubieran asustado—. ¿Señor Kaulitz?

—Sí…

—¿Conoce usted la prohibición del incesto?

«Al demonio con tanta vuelta».

—Objeción, su Señoría. El abogado hace preguntas que rondan el mismo tema sin ir al grano.

—¿Abogado? —lo instó a defenderse.

—Estoy siendo específico como me fue pedido previamente, su Señoría.

La Juez me miró inexpresiva un momento.

—Denegada —resoplé sin llamar la atención y volví a sentarme—. Sea específico, pero no tan específico, Licenciado, de lo contrario, pondré un número límite de preguntas a este interrogatorio y no me importa qué tanto entorpezca el caso.

—Entiendo, Señoría.

—Responda, señor Kaulitz —indicó la Juez tras dirigirse a Bill.

—Sí… —tragó saliva—, conozco la prohibición del incesto.

—Sabe usted que es un delito penado por la ley, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y, aun así, mantiene una relación amorosa, sexual y de índole inaceptablemente carnal con su propio hermano gemelo?

—Objeción, su Señoría.

—¿Ahora por qué, Walls?

—Porque, si a mi cliente le fue pedido que no agregara datos irrelevantes a la cuestión de hecho al responder a las preguntas del abogado Turner, el abogado Turner no tiene por qué agregar detalles irrelevantes al asunto del caso a sus preguntas tras ser formuladas a mi cliente con el notorio objeto de incomodarlo.

La Juez miró a Anthony por debajo de sus gafas y enarcó una ceja.

—Lo admito —viró apenas su sillón giratorio en dirección a Bill—. Yo reformularé esta pregunta: Señor Kaulitz, ¿usted es consciente de la relación incestuosa que mantiene con su hermano gemelo y que la misma se encuentra directamente vinculada a un delito penado por la ley?

Bill se echó hacia atrás y se cruzó de brazos tras agachar la cabeza. Desde mi sitio, todavía de pie a un lado de Tom, lo miré esperando que respondiera de una jodida vez. No tenía por qué dilatar la respuesta si todos estábamos allí por eso.

—¿Señor Kaulitz?

—Sí… —contestó en voz baja y sus cejas se fruncieron. Iba a quebrarse. Tom se paró a mi lado y yo lo obligué a sentarse nuevamente al yo hacer lo mismo para acompañar sus movimientos y, a la vez, detener cualquier cosa que se le hubiera ocurrido hacer para intervenir.

—¿Abogado? —fijó sus ojos en mi colega, interrogante.

—Es todo, Señoría.

—Bien. Señorita Walls —me convocó para que yo procediera a interrogar a Bill.

Puse una mano en el hombro de Tom como gesto de contención, ya que estaría solo por un rato y sabía que la ansiedad se lo estaba devorando internamente, y me levanté de mi asiento. Coloqué ambas manos en mis bolsillos como solía hacer para simbolizarme seguridad en mi propio cuerpo, y me paré cerca del estrado en donde estaba el hombre que me había cagado la vida diez años atrás. Lo miré a los ojos y le sonreí.

—Bill… ¿cómo te sientes? —la expresión en su rostro me gritó que no esperaba en absoluto que le hiciera esa pregunta totalmente despojada de relación con el caso en cuestión—. Estás bajo juramento, así que a esta pregunta también debes responderla con honestidad —agregué una pizca de simpatía al comienzo de mi interrogatorio con el fin de desestructurarlo un poco y quitarle algo de tensión de la espalda luego de pasar por la masacre que intentó hacer Turner con él.

Rio con suavidad.

—Bueno, la verdad es que ahora mismo no me siento muy bien…

—¿Puedes decir por qué?

—Objeción, su Señoría —saltó Anthony—. Hay que recordarle a la abogada que está frente a un testigo en un juicio, no frente a un paciente en terapia.

Parpadeé una vez y sonreí en mi interior con indignación. Desde que el maldito me había investigado y conocía mi historia, no había una sola vez que no citara, de manera despectiva, alguna característica de mi presente que me vinculara con mi pasado.

—¿Abogada?

—Todas mis preguntas se encuentran estrictamente asociadas al caso, su Señoría, y seré breve.

—Ha lugar.

Turner resopló y se sentó. La Juez lo miró con el ceño fruncido.

—¿Puedes decirnos por qué no te sientes bien ahora mismo?

—Sí… —su mirada descansó en la de su hermano—, porque me duele muchísimo que Tom esté pasando por todo esto.

—¿Por qué te duele que tu hermano esté pasando por todo esto?

—Porque no quiero que sufra —respondió de manera inmediata y supe que también sin pensar ni recordar en qué lugar estaba, hasta que terminó de hablar. Su expresión cambió a una de asombro inmediato y fijó sus ojos en los míos. Yo le sonreí con calidez.

—¿Sabes cuando tu hermano sufre?

—Sí.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque nosotros tenemos una conexión de gemelos que no se puede explicar con palabras, pero uno siempre sabe cómo realmente el otro se siente, y a veces hasta lo que puede estar pensando.

—Objeción, su Señoría. Todo esto es especulativo.

—Mi cliente está explicando los modos en los que se vincula con su hermano gemelo, su Señoría. Requiero de esta información para llegar al vínculo del cual se lo acusa.

—Denegada. Continúe, señorita Walls.

—Gracias, Señoría —dije con sinceridad y me devolví a Bill—. ¿Consideras esto usual entre ustedes?

—Sí.

—¿Desde cuándo?

—Desde siempre. Desde que Tom y yo nacimos, siempre estuvimos conectados más allá de lo que nadie en el mundo podría entender jamás.

—¿Incluso desde su primer encuentro sexual?

—Sí… —respondió con un dejo de pena en su tono de voz.

—¿Y este primer encuentro sexual fue consensuado?

—Por supuesto —respondió casi encima de mis palabras—. Siempre. Desde el principio.

—¿Cuál fue el principio, Bill?

—Cuando… nos sentimos atraídos el uno por el otro.

—¿A qué edad fue eso? —cuestioné y Bill miró detrás de mí, por lo que deduje que había sido a Tom.

—Atracción física, desde los diez u once años, que fue el momento en el que… empezamos a experimentar con nuestros cuerpos.

—¿Hubo algún otro tipo de atracción antes de esa edad?

—Sí. Sentimental, emocional, espiritual… No sé cómo explicarlo. Nosotros siempre supimos que estaríamos juntos, aunque más tarde entendimos de qué manera queríamos estarlo.

—Y ustedes, desde que se sintieron atraídos el uno por el otro, ¿conocían la ley de prohibición del incesto y lo que significa un vínculo incestuoso?

—Objeción, su Señoría. Es una pregunta compuesta.

—Una pregunta compuesta en un interrogatorio lleva al testigo a un posible estado de confusión. En este caso, son dos preguntas distintas en una misma y no presta a confusión en absoluto. Por lo tanto: ha lugar. Proceda a responder, señor Kaulitz.

—Honestamente, no. Tomamos conciencia de ello al hacernos famosos, cuando nuestro representante de ese momento nos llamó la atención tras descubrirnos besándonos en el bus del primer tour al despertar. Tom solía pasarse a mi litera para que durmamos juntos en la noche. A partir de ese reto, supimos que lo nuestro no sería aceptado. Por ello, luego solo nos veíamos en la noche o cuando no había luces que nos dejaran al descubierto. Teníamos mucho miedo de que nos separaran, de que nuestra carrera se fuera cuesta abajo. David, nuestro representante en aquel entonces, nos lo dejó claro y, prácticamente, nos obligó a firmar un contrato en donde nos prohibía muchas cosas, aunque no nuestro sutil contacto físico en público. Recuerdo que él dijo que, si bien era algo prohibido y enfermizo, sí era verdad que el morbo que despertaba en el público nos haría aún más famosos. Y, hasta el día de hoy, esto es conocido en redes sociales y todo Internet, como “Twincest” y “Toll”.

—¿Puedes definir el significado de “Twincest” y “Toll”, Bill?

—Claro… “Twincest” es el nombre que una parte del Fandom, es decir, nuestras fans en todo el mundo, de Tokio Hotel, nuestra banda de música, le puso a la relación entre Tom y yo. Tengo entendido que es una especie de fusión entre las palabras “twins”, de gemelos, e… “incesto”, por el vínculo que compartimos.

—Bien. ¿Este término le molesta a alguno de los dos, Bill?

—Objeción, su Señoría. La abogada está interrogando al testigo sobre el estrado, no en conjunto con su hermano gemelo.

—No ha lugar. Abogada, diríjase solo al señor Kaulitz —corrigió la Juez y yo asentí.

—¿Te molesta que vuestras fans utilicen este término para denominar vuestra relación?

—Hace años que ya no. Al principio, sí. Era bastante incómodo, además de hacernos sentir expuestos por la terminación propia de la palabra. Por ello, una vez en una entrevista, nos preguntaron a ambos qué nombre le pondríamos a nuestra relación, y Tom respondió sin vueltas que “Toll”. Clara fusión de nuestros nombres “Tom” y “Bill”. Y así quedó hasta el día de hoy. De esa manera, nos sentimos más cómodos y solemos llamarnos así incluso en público u otras entrevistas —culminó con una mueca risueña.

—¿Qué opinas sobre el incesto, Bill? —pregunté y noté que se tensó un poco. Se movió algo nervioso en su silla, entonces me miró.

—Hablaré por mí, porque ambos sabemos que las relaciones de incesto están prohibidas, pero nosotros, bueno, yo —se corrigió sobre la marcha— no puedo evitar sentir lo que siento por Tom.

—¿Y qué sientes por Tom? —cuestioné y él enfocó sus ojos en su gemelo.

—Amor…

—¿Amor fraternal?

—No.

—¿Qué tipo de amor es el que sientes por tu hermano?

—Amor de verdad —silencio. A mis espaldas, oí a Heidi y su abogado cuchichear algo entre ellos, pero no les di importancia.

—¿A qué te refieres con “amor de verdad”, Bill?

—Amor real, del que se siente en el cuerpo, del que se instala en el alma. El amor que no te permite dormir si sabes que a tu amado algo malo le pasa. El amor que te enferma cuando te alejas obligadamente de tu amado, porque hay muchas personas en desacuerdo con ese amor. El amor que todos siempre van a mirar, el amor del que siempre van a hablar… —miró en dirección a Heidi e identifiqué esas palabras escritas para la canción “Chateau” que ella siempre afirmó ser su canción con Tom—, pero a mí no me importa, porque, al fin y al cabo, es un amor que jamás se va a acabar. Es un amor que me corre por las venas —su mirada ahora se clisó en Tom—. Un amor quizás prohibido por la ley, pero que no tiene límites en el corazón.

Una lágrima se desbordó de su ojo derecho y yo cerré los párpados experimentando una paz en mi pecho que hacía mucho no percibía.

Lo había hecho hablar para que finalmente se mostrase tal cual era. Para que pusiera sus sentimientos al desnudo y dejara de ser algo cuidadosamente tratado por miedo al qué dirán. Yo estaba mostrando el lado humano de su vínculo incestuoso para que dejaran de verlo como algo enfermo y repugnante y lo vieran como lo que es: Un vínculo de genuino amor entre dos seres humanos que se enamoraron y ni siquiera el lazo sanguíneo que los une logra dañar ese amor que siente el uno por el otro.

Te amo, Tom —gestualizó hacia su hermano.

—Muchas gracias, Bill —dije y le eché una rápida mirada al jurado. Todos los miembros se mostraban pensativos. Cuando me miraron, me dirigí a la Juez—. No más preguntas, su Señoría.

&

—Señora Klum, ¿estaba usted al tanto de la relación de incesto entre mis clientes antes de contraer matrimonio con el señor Tom Kaulitz? —pregunté y ella los miró desde el estrado con desdén. Cuando abrió la boca para responder, la interrumpí a propósito—. Le recuerdo que está bajo juramento ante la autoridad judicial y que, cualquier mentira constituye perjurio, lo cual es un grave delito que puede ser sancionado con multas e incluso la cárcel, debido a que estaría poniendo en riesgo el proceso judicial.

Aclaré ante su atenta mirada que de inmediato se enfocó en su abogado. Yo sabía perfectamente que nada de lo que había construido para defender su posición, estaba vestido con la verdad.

—¿Señora Klum? —insistí para no permitirle pensar más.

—Sí.

—Sí, ¿qué?

—Sí estaba enterada de la relación de mi exesposo y su hermano.

—¿Conoce usted el concepto de una relación de incesto?

—Sí —contestó después de toser un poco.

—Señora Klum, ¿conoce usted la prohibición del incesto?

—Objeción, su Señoría. La abogada elabora preguntas sobre el mismo tema objetado por ella misma durante mi interrogatorio.

—Su Señoría —me apresuré a justificar—, quiero dejar en claro que la señora Klum conoce a la perfección el significado de estos términos por los cuales ella misma ha demandado a mis clientes.

—Ha lugar. Conteste, señora Klum.

—Sí, la conozco.

—Conocía la relación de incesto entre mis clientes previo a su casamiento, conoce el significado de esta relación, conoce la ley de prohibición del incesto, ¿y, aun así, recién ahora está usted presentando una demanda en contra de mis clientes?

—Bueno, yo…

—¿Por qué esperó tanto, señora Klum? ¿Necesitó comprobarlo a través de la relación sexual con el señor Tom Kaulitz?

—Señorita Walls… —llamó mi atención la Juez, pero yo hablé casi inmediatamente sobre sus palabras.

—Lo retiro, Señoría. Es todo.

La Juez se quedó viéndome con seriedad unos segundos para luego dirigirse a Heidi.

—Señora Klum, puede tomar asiento.

—Su Señoría, quiero llamar al señor Tom Kaulitz al estrado —anunció Turner y Tom se inclinó por delante de mí para hablar con su hermano.

—Tengo mucho miedo, Maus… ese hombre es un hijo de perra —expresó Bill con inquietud y cogió la mano de su esposo para descansar ambas en mi regazo. Observé la acción con disimulo. «Soy parte de un momento Toll… el sueño de toda Tollshiper…», cavilé con el estómago en un nudo de la emoción. La parte sensible de mí que siempre había apoyado su amor, brincaba en mi interior a causa de la felicidad.

—Confía en mí, Maus. Todo estará bien. Recuerda que te amo —dijo Tom en voz baja y vi a Bill clisar la mirada en sus labios para enseguida morderse los suyos en señal de que se moría de ganas por besarlo allí mismo. Yo sonreí sutilmente tras apartar la vista. Sucedía tal cual lo había imaginado y narrado siempre en mis escritos.

Tom se levantó de su asiento para encaminarse al estrado en donde atestiguaría. Anthony se puso de pie tras su escritorio.

—Señor Kaulitz, antes de escuchar a su hermano gemelo responder a mis preguntas, ¿usted ya conocía el término incesto y lo que es una relación incestuosa?

—Sí, abogado —respondió con seriedad.

—¿Sabía usted que el mismo trata de un delito penado por la ley y que, en Alemania incluso, país del cual usted y su hermano gemelo son ciudadanos nativos, su violación puede llevarlos a la cárcel? —preguntó y, antes de tener su respuesta, se colocó sus anteojos de lectura y agachó la cabeza para fijarse en uno de los papeles que tenía sobre su escritorio—. Cito: “Según el artículo 173 del Código Penal alemán, las relaciones sexuales entre parientes cercanos son ilegales y se castigan con hasta tres años de prisión” —se quitó las gafas y devolvió su mirada a Tom—. ¿Estaba usted enterado de esto, señor Kaulitz?

—No en detalle, honestamente, pero sí.

—¿Cuál es el detalle que no conocía, señor Kaulitz?

Tom me miró un fugaz momento.

—Los años de cárcel.

—Ohh… —expresó Turner con hipocresía—, esto quiere decir entonces que, de haber estado al tanto de este detalle, usted no se habría acostado con su hermano gemelo.

—Objeción, su Señoría —me puse en pie de un salto—. Eso es argumento. El abogado no está haciendo ninguna pregunta.

—Lo admito —dijo la Juez—. Señor Turner, por favor.

—Sí, Señoría —volteó a verme y entrecerré los ojos, molesta—. ¿Le gusta el sexo con su hermano gemelo, señor Kaulitz? —interrogó, el hijo de perra, y yo abrí los ojos sobremanera ante tal atrevimiento desalmado. Bill se cubrió la boca con una mano y el codo apoyado en su muslo, sosteniendo el peso.

—Objeción, su Señoría —dije sin molestarme en levantarme de mi asiento, tan solo hice un gesto de incredulidad con mi mano. La Juez me miró y enseguida se reacomodó en su asiento para proceder a intervenir sin pedirme justificación. Mi objeción era obvia.

—Abogado Turner, aquí ya todos estamos enterados de que los señores Kaulitz tienen sexo entre ellos y, al parecer, a nadie más que a usted le interesa saber si el mismo les gusta o no. Dígame, ¿qué tiene que ver el desarrollo de los encuentros sexuales de los acusados, con la causa de la cual se los acusa? ¿Morbo suyo personal, quizás? —inquirió la Juez y yo la amé. Acababa de dejarlo en vergüenza frente al jurado.

—Me disculpo, su Señoría. No formulé la pregunta adecuada.

Lo observó seria por debajo de sus lentes.

—A partir de ahora, procure dejar por fuera de su interrogatorio aquellas preguntas inadecuadas o postergaré este juicio una semana para que usted vaya a releer el caso completo y así regrese con un interrogatorio acorde a la cuestión de hecho.

—Sí, su Señoría —contestó, el muy miserable, al tiempo en que tragaba con nerviosismo y se ajustaba la corbata.

Yo negué levemente con la cabeza y me relajé en mi asiento. Me era increíble que ese tipo siguiera ejerciendo la profesión y que, además, la gente lo contratara como representante de temas tan delicados. Pero ahí estaba el detalle: Ese tipo no tenía respeto por el ser humano como tal. Para él, toda persona acusada de un delito, no era más que un blanco al cual atacar sin piedad. Cerdo insensible.

—Señor Kaulitz, ¿cuál de los dos fue el que dio el primer paso?

—¿El primer paso?

—Claro, ¿quién de los dos fue el que “quiso experimentar”, como su hermano lo llamó?

—Creo que los dos.

—¿Cree, señor Kaulitz?

—Bueno, yo…

—Y, ya cumplida la mayoría de edad, anoticiados del acto ilícito que significaba vuestra práctica, ¿quién insistió en sostenerla?

—¿Insistió?

—Siendo mayores de edad y luego de lo que vuestro representante de ese entonces les comunicó acerca de la práctica sexual incestuosa que llevaban adelante, alguno de los dos insistió para continuarla.

—Objeción, su Señoría —intervine—. Eso es argumento. El abogado está afirmando acerca de algo que desconoce.

—Lo admito —dijo la Juez—. Interrogue, abogado.

—¿Alguno de ustedes insistió en continuar con la relación de incesto? —preguntó tras apoyarse en el estrado para verlo más de cerca. Por instinto, me puse de pie aguardando por su siguiente paso, entonces Tom me miró—. ¿Señor Kaulitz? —lo convocó Anthony y se volteó a verme un instante—. Le recuerdo que se encuentra bajo juramento, por ende, tiene prohibido mentir.

Hizo una pausa y Tom miró a su esposo, que esperaba por su respuesta, rígido, a mi lado.

—¿Quién insistió, señor Kaulitz?

—Yo —contestó sin apartar los ojos de Bill y yo viré mi rostro hacia este para verlo también, entonces me di cuenta de que los suyos estaban húmedos y negó lentamente con la cabeza—. Yo le insistí a Bill siempre, desde un principio. Si hay alguien que deba ir a la cárcel, soy yo.

—¡No! ¡Es mentira! —gritó Bill al pararse en su lugar y yo intenté contenerlo. Por suerte, que nuestra diferencia de altura difiriera tan solo en unos diez centímetros, me ayudaba a prestarle atención a sus gestos y poder retener cualquier acto impulsivo que se le ocurriese llevar a cabo.

—Bill, por favor…

—¡Orden en la sala!

—¡Tom jamás me insistió ni obligó a nada! ¡Nos amamos desde el principio!

—¡Señor Kaulitz, tome asiento ahora mismo!

—Maus…

—¡No! —negó ante la Juez viéndola con tristeza y una lágrima brotó de su ojo izquierdo—. ¡Nuestro amor siempre ha sido mutuo!

—¡Una sola palabra más y lo consideraré en desacato!

—Bill, por favor, no necesitan más problemas —tiré de su ropa para que me pusiera atención cuando estuvo a punto de hablar de nuevo—. La Juez es autoridad suficiente para anular vuestra defensa y determinar un veredicto por sí misma basándose en este tipo de actos inapropiados de los acusados; o sea: de ustedes.

—¿Ha oído, señor Kaulitz? —volvió a llamarlo la Juez y yo fruncí las cejas sin deshacer el contacto visual.

—Piensa en Tom… Por un bendito segundo, piensa en el daño que le harías si vuelves a contestarle a la Juez.

—¿Señorita Walls?

Bill miró a la autoridad mayor en esa Corte y de inmediato se devolvió a mí. Cerró los párpados y asintió con tranquilidad al tiempo en que tomaba asiento otra vez.

—Sí, Señoría. Mi cliente entendió perfectamente y no volverá a interrumpir.

—Bien. Continuemos.

Desde la distancia, los esposos se miraron con temor.

—Entonces, dice que usted fue quien insistió. ¿Es eso cierto, señor Kaulitz?

—Sí —fijó sus ojos en Bill y se devolvió a Anthony—, yo lo hice siempre.

Bill se removió en su silla y yo le apreté el brazo para que se estuviera quieto y recordara que no podía intervenir de nuevo sino quería armar un desmadre en pleno juicio.

—A partir de este juicio, igualmente, ¿llevaría adelante vuestra relación de incesto? —interrogó mi colega y yo le presté atención a Tom. Esa había sido una jugada muy sucia por parte del abogado. Tom no demoró en dar su respuesta.

—Sí.

Se oyeron sonidos de asombro e indignación por parte de Heidi y murmullos por parte del jurado. Yo tragué grueso. Debía encontrar la manera de revertir la impresión de cada miembro.

—No más preguntas.

Me puse de pie y caminé lentamente hacia el estrado para dar comienzo a mi interrogatorio. Debía ser cuidadosa y muy puntual, porque eran las últimas preguntas que le haría en ese juicio y dependía de las respuestas que me diera, si yo tenía posibilidad de darle un giro a toda la mierda de una puta ley de hacía muchos años o no.

—Hola, Tom… ¿cómo te sientes?

—Mal —respondió con seriedad.

—¿Por qué?

—Porque no entiendo qué es lo que la ley le encuentra de malo a que dos personas se amen como nosotros lo hacemos, si no estamos dañando a nadie.

—Objeción, su Señoría. Impertinencia. Se le debe recordar al señor Kaulitz que es uno de los acusados y no un representante de la ley para ponerla en cuestión.

—Mi cliente contestó con toda sinceridad a la pregunta que le hice, Señoría —defendí viendo a Turner y la Juez permaneció en silencio unos segundos.

—No ha lugar. Que el acusado responda sin poner en tela de juicio la legitimidad de las leyes establecidas —resolvió la Juez y yo asentí. Me devolví a Tom.

—Tom, ¿eres un hombre que habitualmente va en contra de la ley?

—No.

—¿Has cometido un delito alguna vez que no esté relacionado con el que se te acusa en este juicio?

—No.

—¿Ni siquiera te pasaste una señal de alto ni olvidaste pagar una multa, algo?

—No que recuerde, siendo honesto —se mostró pensativo—. No sé si tiene que ver —se dirigió a la Juez un momento como si pidiera permiso de manera implícita, antes de continuar hablando—. En 2009 fui acusado por una fan por una supuesta agresión física, pero retiró los cargos tras comprobarse que ella era quien me acosaba; motivo por el que luego la demandé. En 2010, salí en las noticias por “una sobredosis de viagra”, lo cual fue verdad hasta cierto punto, ya que no las ingerí para enfiestarme con cantidad de fans, como dijeron, sino que fue una de nuestras experimentaciones con Bill que no salió como esperábamos. Todo lo que se armó detrás, era parte del show que nos hacían sostener con el objetivo de hacernos virales y así llegar más lejos —explicó con serenidad y algo de molestia a la vez, como si el recuerdo de aquella época no fuera del todo agradable—. Más tarde, entre 2012 y 2013, con Bill demandamos a nuestro padre biológico tras una entrevista pública, en donde nos difamaba a nosotros y nuestro estilo de vida. Pero también se resolvió. No a nuestro favor aquella última vez, sin embargo, la entrevista fue retirada de todos los medios. Después de eso, no tengo recuerdo de haber tenido otro roce con la ley, por llamarlo de alguna manera.

—Todos estos sucesos, ¿tú siempre los afrontaste compareciendo de manera voluntaria?

—Sí.

—¿Te sientes cómodo obrando de manera legal en tu vida diaria?

—Sí.

—¿Conoces la prohibición del incesto y que el mismo se encuentra penado por la ley?

—Sí —respondió seguro y su mentón se alzó muy sutilmente.

—Todo lo que te ha involucrado con la ley siempre lo afrontaste sin resistencia y te sientes cómodo obrando de manera legal. No obstante, conoces la ley de prohibición del incesto y, aun así, hoy respondiste a mi colega que, incluso a partir de este juicio, igualmente llevarías adelante la relación de incesto que tienes con tu hermano Bill. ¿Por qué?

—Porque no existe ley en el mundo, por más dura que esta sea, capaz de desvanecer lo que siento en el corazón desde que tengo uso de razón —contestó viéndome a los ojos. Yo quise sonreírle, emocionada y orgullosa de lo inquebrantable que era su amor por Bill, pero me abstuve de ello recordándome su abogada defensora y no una Tollshiper.

—¿Puedes decirnos qué es lo que sientes por Bill, Tom?

—No —fue su respuesta y todos los presentes hicimos silencio momentáneamente hasta que continuó—: Sí es amor, eso lo afirmo. Y también puedo asegurar que no es un amor común, más allá del incesto —se dirigió al jurado un instante—, lo que siento es amor. Y hablo por mí, porque soy yo quien está en este estrado. Sin embargo, sé que, si se lo preguntaran a Bill, respondería lo mismo, así como dio su respuesta antes. Hemos tenido que ocultarnos sabiendo lo doloroso e injusto que eso siempre fue para nosotros. Nos amamos y nuestro amor no daña a nadie.

—Gracias, Tom —dije y di por finalizado mi interrogatorio—. Es todo, Señoría.

&

Turner se puso de pie tras ser llamado por la Juez para hacer su alegato de cierre.

—La prohibición del incesto es una ley universal instaurada con bases biológicas, antropológicas y, más tarde, psicológicas. Aquí no se está debatiendo otra cosa más que el hecho de que los acusados, desde mucho antes de su mayoría de edad, están en pleno conocimiento de dicha ley y, aun así, decidieron obrar contra ella. Ambos señores Kaulitz son culpables de sostener un vínculo incestuoso siendo ellos hermanos gemelos. Cometieron un delito y deben responder ante él. Focalizarse en “lo mucho que se aman” —hizo comillas con sus dedos con explícito desdén— y decidir a partir de ello si son culpables o inocentes, no hace más que poner en duda la legitimidad de la justicia, cuando en realidad ellos han cometido un delito grave. Sobre todo, teniendo en cuenta que, desde hace años, viven en un país del cual no son nativos y, en el país de donde provienen, Alemania, este es un delito penalizado con hasta tres años de cárcel. ¿Se les permitirá a los acusados salir ilesos luego de infringir la ley porque su defensa es que “se aman de verdad”? ¿En qué lugar dejaría a la autoridad frente a un veredicto de esta índole? ¿Se dejará este delito impune? —me miró de reojo y sus labios se curvaron en una media sonrisa maléfica—. Es todo.

La Corte quedó en silencio por largos segundos. El jurado comenzó a hablar entre sí y los veía hacer movimientos con la cabeza; algunos a modo de negación, muchos otros a modo de afirmación. La pregunta era: ¿Con qué estaban en desacuerdo y con qué no?

—Abogada Walls —me convocó la Juez. La miré de inmediato—, su alegato de cierre, por favor.

Tomé un poco de agua de mi vaso servido en el escritorio, respiré con profundidad sin ser muy evidente, y me abroché el saco al tiempo en que me ponía en pie para caminar hacia el jurado y me posicionaba frente a ellos.

—Sí, la prohibición del incesto es una ley universal, sin olvidar que, en algunas culturas, aprueban el incesto en sus vínculos como tradición. También es cierto que esta prohibición se instauró muchos años atrás como un principio clasificatorio en las familias, que implica lugares que tienen valor estructural, nombrados y jurídicamente organizados, tras definir límites entre los miembros y, por consiguiente, evitar malformaciones en la reproducción. Esto también se da en la sociedad, previniendo consecuencias sociales, desórdenes, etcétera —expliqué al tiempo en que caminaba muy lentamente de izquierda a derecha por delante del jurado viéndolos de vez en cuando—. Asimismo, esta prohibición fue establecida para penalizar los abusos de todo tipo; más visto el abuso sexual, es decir, consumar el acto sexual de un miembro de la familia con otro sin su consentimiento, lo cual genera un daño psíquico irreversible en la víctima e incluso, en ocasiones, este es un daño incapacitante. En esos casos, la disolución del vínculo entre el abusador y la víctima sería parte de la solución. Luego la condena por el acto delictivo y las secuelas que este dejó en la víctima. La ley procede de manera legítima ante esos delitos. Sin embargo, este no es el caso de los hermanos Kaulitz —detuve mi andar y observé a cada miembro del jurado, con seriedad—. Todo acto que los señores Kaulitz llevan a cabo entre ellos, es consensuado mutuamente por amor genuino. Amor que, dicho por sus propias bocas bajo juramento en esta Corte, debieron mantener oculto desde que los anoticiaron acerca de que, la manera en la que ellos acostumbraban a vincularse y expresarse su amor, estaba prohibida. No le hicieron daño a nadie; siquiera a ellos mismos. ¿Acaso el verdadero amor debe ser castigado, señores del jurado? El daño es el que se penaliza en los vínculos incestuosos por abuso. En su relación —señalé a los gemelos tras verlos un efímero momento para devolverme al jurado—, no existe daño; mucho menos abuso, solo amor. ¿Es un vínculo con bases incestuosas? Sí, pero también trata de un vínculo basado en el amor real que siente el uno por el otro. Ellos se cuidan, se protegen, se apoyan, se aman mutuamente desde que tienen uso de razón, ¿cuál es el delito allí? ¿Tener sexo consensuado y consciente a pesar del lazo sanguíneo que los une? ¿Pero no es acaso el sexo consensuado y consciente la práctica legal que lleva a cabo cualquier pareja, independientemente del género de cada partenaire? La disolución del vínculo de los señores Kaulitz generaría un daño psíquico. ¿Este daño no se penaliza? ¿Por qué el daño psíquico que produce la ruptura de una relación de incesto establecida desde el amor genuino de ambas partes no se lleva a juicio al igual que lo hacen por el daño psicológico que producen las relaciones de incesto por abuso? —los miré en silencio, uno a uno, por largos segundos antes de continuar—: Esto no se trata del incesto que destruye leyes de prohibición, señores del jurado, sino de un vínculo que construye el derecho a amar sin barreras.

&

—Parece que una psicóloga fracasada vestida de abogada te pateó el trasero, Turner —dijo Tom y yo lo tomé por el brazo para impedir que continuara.

—Adiós, Licenciado. Buen trabajo —dije y me fui llevándome al Kaulitz mayor conmigo mientras ejercía presión en su extremidad.

—Oye, eres fuerte, ¿sabes?

—¿Quieres decirme qué mierda fue eso, Kaulitz?

—¿Qué cosa?

—No te hagas el imbécil conmigo —entrecerré los ojos—, sabes perfectamente a lo que me refiero. ¿Por qué le dijiste eso a mi colega?

—¿Le llamas colega a ese patán que te insultó antes de entrar a la Corte? —hizo unos gestos con sus manos que acompañaban lo que decía.

—Si a mí no me importa lo que me digan, mucho menos a mis clientes —contesté tajante—. Además, ese tipo de comentarios, yo los tomo como manifestaciones de sus inseguridades como profesional, por eso no me afectan en absoluto. Lo que el otro diga, no tiene nada que ver conmigo sino con él y su historia.

—Era cierto después de todo —soltó con una simpática sonrisa de lado. Yo arrugué el entrecejo sin comprender.

—¿El qué?

—Lo que me dijiste semanas atrás: Sigues envenenada por el psicoanálisis —respondió y yo hice mi cabeza a un lado—. Ese mundo sigue habitándote y todo lo analizas a través de él. Por más que la psicoanalista se vista de abogada, psicoanalista se queda —parafraseó sin abandonar su calidez al hablarme y yo lo miré con falso enfado.

—Y no importa qué tan robusta sea la barba de un hombre, siempre será un niño —chanceé y abrió los ojos y la boca mostrándose indignado a modo de juego.

—Oye…

Reímos al unísono y Bill finalmente volvió a aparecer.

—Disculpen la demora, pero es bastante difícil abrochar y desabrochar mis pantalones con estas uñas —explicó acomodándose las gafas oscuras y rebuscó en su bolso de mano. Enseguida sacó un sobre de papel madera—. Bien hecho, Walls. Esto es tuyo. Un cheque con el total de tus honorarios.

—No tienen que pagarme —ambos me miraron al instante.

—¿Qué?

—Mi mejor pago fue haber conseguido de forma limpia que vuestro amor triunfara y ahora puedan ser libres al fin sin más preocupaciones.

—Pero… eso no fue lo pactado, Walls… —insistió Bill y yo miré a Tom.

—Tampoco pacté perdonarles lo que me hicieron en el pasado, sin embargo, así fue después de todo —me dirigí a Tom un momento para hacerle un sutil gesto con mis cejas con el propósito de transmitirle la tranquilidad de que me desharía de la grabación que tenía de él confesándome lo que Bill había hecho años atrás para ganar el juicio en mi contra—. Nada puede hacer tanto rencor almacenado en mí más que pudrirme internamente —contraje los labios en una muy leve y triste sonrisa. Volví a dirigirme a ambos—. Defender vuestro caso hizo que me diera cuenta de que lo que perdí hace diez años, no lo recuperaré; como tampoco recuperaré nada de lo que pierda a partir de ahora. Vuestro dinero no me dará la paz que logró darme el veredicto de este caso. Así como ningún otro hombre me hará revivir un amor tan grande como el que viví con el amor de mi vida y que debí dejar atrás.

Me quité las gafas de sol para limpiarme las lágrimas que acababan de acumularse en mis ojos de manera instantánea antes de que se me desbordaran.

—Joder, qué abogada más sensiblona me han vuelto —bromeé mientras volvía a colocarme las gafas. Ellos rieron viéndome con cierta emoción. Respiré profundamente—. Se tienen el uno a otro y se aman. Por favor, chicos, no permitan que nada ni nadie les haga creer que existe algo más bello que vuestro amor. Todo lo que brilla no siempre es oro y, si les atrae la fama —me dirigí a Bill sin intención de incomodarlo, aunque sí de hacerlo recapacitar un poco—, recuerden que famoso puede volverse cualquiera haciendo algo que lo destaque o que lo avergüence. Pero coincidir con el amor de tu vida, eso solo nos pasa a los afortunados y los que estamos dispuestos a amar. Ustedes siguen teniéndose a pesar de todo lo que pasaron, no esperen a que ocurra una tragedia para valorarlo —alterné mi vista entre ambos y pude percibir que entendieron a lo que me refería—. ¿De acuerdo?

Asintieron al mismo tiempo y los dos pasaron un brazo por detrás de la cintura baja del otro. Miré el gesto y sonreí.

—Eso es todo, Kaulitz. Aquí concluye mi trabajo y nos despedimos —dije y fruncí ambas cejas al escucharme—. Vaya… me oí como el NPC del final de la película de Jumanji —agregué y los gemelos estallaron en risas. Yo los seguí sin mucha afinidad, pero igualmente mostrándome cercana. Me acomodé la mochila en el hombro y pasé una mano por mi largo cabello rubio para darle un poco de volumen como de costumbre—. Bien. Espero no volver a verlos en lo que me queda de vida. De verdad son insoportables.

Solté divertida y volvieron a reír. Me di la vuelta y comencé a caminar hacia mi vehículo. No obstante, tras dar unos cuantos pasos, alguien me tomó del brazo obligándome a voltear y me abrazó. Alcé ambas cejas hasta el cielo, asombrada. Era Bill. Con cierto letargo, subí mis brazos al pasarlos por debajo de los suyos y apoyé sutilmente mis manos en su espalda. Tom nos observaba desde su sitio, unos metros más atrás.

—Perdóname por todo y gracias por esto.

Cuando tomó una leve distancia para que quedáramos enfrentados, lo miré por unos segundos antes de responder.

—Te perdono, Bill.

&

Mi móvil sonó ni bien ingresé a mi hogar. Mientras cerraba la puerta, lo saqué de mi bolsillo trasero sin mirar la pantalla y atendí.

—¿Hola?

Eugene, soy Tom —dijo al otro lado de la línea y yo apreté los párpados luego de dejar caer al suelo la mochila que colgaba en mi hombro.

—Mi pedido de “no me llames por mi nombre”, ¿necesitas que te lo traduzca en alguna otra lengua para que lo entiendas? —dije recostando mi espalda en la puerta. Lo oí reír al otro lado—. No, no te rías.

Oye, no puedes manejarte con tanta seriedad por el resto de tu vida.

—Me funciona genial —solté con rigidez—. ¿Por qué me llamas? Mi trabajo con ustedes, terminó.

Es que dejaste algo en la Corte y Bill olvidó dártelo el otro día cuando nos despedimos —explicó y yo fruncí el entrecejo, extrañada, alejándome repentinamente de la puerta y, como acto reflejo, toqué mis bolsillos y mi pecho al tiempo en que intentaba recordar qué era lo que podría haber olvidado en la Corte tres días atrás sin haberme percatado de ello.

—¿Qué cosa?

No quiso decirme. Solo se bajó del coche y me dijo que te llamara para avisarte así bajabas a recibirlo, porque está en la puerta de tu edificio.

—Um… —dudé de manera fugaz, ya que continuaba de viaje en mi cabeza para memorizar cada uno de mis movimientos tres días atrás antes de abandonar la Corte, en busca del objeto perdido—, de acuerdo. Enseguida bajo.

Corté la llamada. De inmediato, abrí la puerta y bajé las escaleras aprisa hasta dar con la puerta principal del edificio y salí para encontrarme con Bill.

Pero Bill no estaba.

Arrugué el entrecejo, totalmente desconcertada. «¿No que estaba esperándome aquí?», me pregunté. Sin dudarlo un segundo, desbloqueé mi móvil para devolverle la llamada a Tom y así averiguar dónde se suponía que estaba esperándome su hermano. Antes de que le diera “llamar”, el aparato sonó. Era un número desconocido, pero atendí al instante.

—Diga.

No estoy conforme con que no nos hayas cobrado por tu trabajo.

—¿Bill? —indagué dudosa, aunque reconocí su voz—. ¿Dónde estás? Tu hermano me dijo que estabas aquí afuera esperándome para darme algo que olvidé.

Sí.

—Bueno, ¿qué es? No te veo por ninguna parte.

Tu pago por habernos ayudado.

—¿Otra vez con lo mismo? Eso ya quedó claro.

Pero yo no estoy de acuerdo con ello. Todos tienen un precio —me interrumpió y bufé—. Así que, mi pago es devolverte parte de tu vida.

—¿Qué? —quise saber, cuando una voz tras de mí me llamó por mi antiguo apodo.

Me petrifiqué en mi sitio mientras bajaba el aparato celular con lentitud hasta quedar a un lado de mi cuerpo, casi escapándoseme de la mano. Me giré con letargo, ya que no tenía sentido lo que acababa de oír, entonces… lo vi. De manera automática, mi corazón se detuvo y mi estómago dolió. Todo mi cuerpo comenzó a temblar y sentí muchísimo frío. Sus ojos estaban húmedos y una hermosa sonrisa adornaba su viril rostro.

—Amor…

F I N

Quería aclarar que este OneShot se me ocurrió a partir de una charla que tuve con un par de sisters acerca de la prohibición del incesto; y bueno, mi imaginación voló.  Y después me armé una delulu para el pasado de la piba, pero me terminó re copando el papel de abogada xd de hecho, sería un lugar que con gusto ocuparía para defender el amor TOLL de nuestros chicos.

Bueno, esta vez, no quería escribir tanto drama como siempre, sino un poco más de humor; y lo meché con sucesos recientes que Bill fue publicando en sus historias y mi punto de vista de cada uno. En ningún momento desarrollé este one con intenciones ofensivas, ni nada. Al contrario, es una mirada subjetiva. Así que, se me calman ahre. En fin. Como esta es una historia Twincest distinta, sepan que están en todo vuestro derecho de criticar, solo recuerden que el vocabulario Español es muy amplio y no solo existen las palabras insultantes(? y también las críticas no necesariamente tienen que ser destructivas, porfa. Mi corazón de pollo se despluma fácil.

Espero haberles sacado, aunque sea, una sonrisa, que es lo que siempre busco lograr con mis escritos.  Laviu, gente de mi cora.

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4 comentario en “El juicio”
  1. Te luciste, que bárbara. Me encantó simplemente lo hiciste perfecto. Y por otro lado, tocando un poco el tema de Bill; me hiciste sentir que todo lo que relataste sobre él es en realidad cierto, y espero no me lo tomen a mal, pero personalmente creo que desgraciadamente él si se ha denigrado muy feo y yo ya no lo reconozco. No sé que tan lejos ha llegado ya últimamente, pero por como relataste todo en tu fic, sentí que la ha estado regando bien bonito y en cierta manera también Tom 😔. En fin yo no estoy de acuerdo con los comportamientos que tienen, pero he visto que muchos se los aplauden y de todas maneras no se puede hacer nada al respecto. Pero bueno, tu fic estuvo genial, ¡felicidades por tu talento!.

    1. Hola, belleza ☺️ muchas gracias por tus palabras 🥹💔
      Este OneShot, precisamente, lo escribí plasmando mi punto de vista sobre algunas cosas que fui notando en la vida de los chicos, siempre sin intenciones de ofender. Así que, entiendo lo que decís respecto al comportamiento de Bill… y a veces solo queda esperar. Ellos (B&T) también tienen sus problemas personales como cualquiera de nosotros y tal vez sus «nuevas» actitudes puedan deberse a ello… De todos modos, siguen siendo nuestros bellos ratones. 😉 jajaja
      Te mando un beso y abrazo enormes, cielo. Y mil gracias nuevamente por estar acá. 🤍✨

  2. Más allá de algunas inconsistencias, como que el código de ética pertenece a un país distinto al de residencia de Walls y a dónde suceden en sí los hechos, o que un abogado no puede ejercer en un país diferente al suyo (cada lugar tiene una legislación distinta), está bueno. Creo que vas por buen camino.

    1. Hola, tesoro ☺️ muchas gracias por tomarte el tiempo de leer y puntualizar los pequeños detalles que no coinciden con la realidad. 🫶🏻 Como no soy abogada, busqué toda la info que pude sobre el rubro y, claramente, algunas cosillas se me escaparon porque (reitero) no soy abogada; y otras debí pasarlas por alto, de lo contrario sería demasiado «real» y acá nos mantenemos en la ficción que tan felices nos hace jajaja
      Te mando un abrazo grande y gracias otra vez. 🤍✨

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