Night of the summoning

Estimadx lectxr:

La historia que estás por leer a continuación, contiene los siguientes tópicos que pueden resultar explícitos según el consumidor. Si alguno de ellos te parece incómodo y/o inapropiado, recomiendo proceder con precaución:

Advertencias / Contenido:

  • AU – Alternative Universe: Tokio Hotel NO existe.
  • TOLL no relacionado (BotBill).
  • Human × Supernatural being (Humano × Demonio).
  • Homoerotismo, sexualidad explícita.
  • Fetichismo gráfico (incubus, control, sumisión).
  • Power Play / Dominación y juego de poder.
  • Bondage implícito y deseo intenso.
  • Humor / Comedia ligera.
  • Lenguaje adulto y crudeza sexual.

Dicho esto, ¡espero disfrutes la experiencia de leer esta historia!

«Night of the summoning»

(One-Shot de Roxxi Vantclare)

Tom tenía 20 años recién cumplidos; sus días ya se volvían repetitivos y monótonos, era su bienvenida a la adultez. Trabajaba como un perro todas las semanas, siendo auxiliar en un taller mecánico de BMW, explotado por ser joven y nuevo en un polígono industrial ubicado casi a las afueras de Loitsche. Aunque había crecido allí, Loitsche estaba muy alejado de Berlín, donde vivía ahora… Dos horas de ida y vuelta al trabajo en tren. Y cuando volvía a la ciudad, en vez de ir directo a casa como cualquiera, iba al gimnasio con el uniforme sucio dentro de una bolsa de plástico en su mochila, y se cambiaba a ropa deportiva.

Ya no componía; su guitarra estaba empolvada en una esquina de su departamento. Desde hacía tiempo no se reunía con Georg y Gustav para tocar, pues ellos también pasaban el tiempo trabajando, igual que él, o con sus parejas. Ese era su lugar de “no pensar” y despejarse después de la jornada laboral.

Podía pasarse casi tres horas ejercitándose para luego ducharse, cenar algo rápido, dormir… y la historia se repetía.

Necesitaba algo nuevo, un hobby…

Una madrugada de sábado, tirado en la cama con la laptop, buscando qué ver en YouTube para despejarse antes de dormir, se topó con un video sobre lo básico de la demonología. Era un tipo explicando, de forma simple y sin rodeos, qué son los demonios, su historia en distintas culturas, y cómo se clasifican. Nada de rituales ni invocaciones, solo la introducción para principiantes.

Tom quedó enganchado. Esa curiosidad lo llevó a pasar horas leyendo foros en Reddit, blogs y otros videos que profundizaban en el tema, pero ya más avanzados, con detalles sobre rituales, invocaciones y protección espiritual, incluso llegando a comprar un grimorio, talismanes de protección y una que otra cosa que decía estar poseída según sus vendedores en eBay.

Era raro, sí. Y lo sabía. Pero no podía evitarlo.

Y si bien tenía un físico de portada y una cara que volteaba cabezas donde fuera: alto, moreno, musculoso, con pómulos altos, mandíbula marcada, nariz angulosa, ojos marrones y afilados enmarcados por pestañas largas, labios llenos adornados con un piercing, trenzas y ropa holgada que le daban ese toque de “chico malo”, a veces sentía que eso no le servía de mucho, ahora ya no. Las chicas lo miraban, claro. Pero apenas abría la boca y salía el tema de sus intereses… se espantaban.

¿Demonología?”, repetían con cara de asco o burla.

Pero, ¿eso no es como… muy malo?”

Algunas se reían nerviosas, otras simplemente se largaban. Las pocas que se quedaban no pasaban de la primera charla. Y cuando le preguntaban algo, por mínimo que fuera, Tom se enrollaba como persiana, luego la chica se iba al baño… y no volvía.

Había pasado mucho tiempo desde su última novia. Ella se alejó justo cuando ese nuevo interés empezó a crecer. Le dijo que ya no lo reconocía, que todo eso era “demasiado oscuro”, y que sentía que ya no había espacio para ella entre tanta vela negra y libros raros. Tom no se lo reprochaba… pero sí extrañaba el sexo. Bastante.

Eso lo había llevado a ciertos rincones del internet que prefería no mencionar en voz alta. Ver porno se volvió hábito. Y no solo porno “normal”: también caía en animes ecchi, hentais sin sentido, cualquier cosa que lo ayudara a drenar un poco toda la tensión que llevaba encima.

Hasta que una noche en su teléfono, sin buscarlo, un retweet lo hizo quedarse congelado. Era porno gay. Un clip explícito, sin censura, de un chico de piel pálida, con ojos maquillados y movimientos tan sensuales que sintió cómo algo en su interior hacía clic. Se suponía que debía cerrarlo. Que no era para él. Pero lo dejó correr. Lo miró. Lo deseó.

No era la primera vez que reconocía el atractivo de un hombre, pero nunca se había permitido explorarlo. No por falta de deseo, sino por vergüenza. Por la idea que los demás tenían de él. Por lo que su madre y su padre esperaban: su “hombrecito”, el galán de la familia, el que tenía que sentar cabeza con una chica bonita. Pero… a él le “daban curiosidad” los hombres. O, más bien, ciertos hombres: los delgados, los suaves, los de mirada peligrosa y gestos femeninos. Le excitaba la idea de rendirse. De ser el que se dejaba llevar. De que alguien así lo dominara.

Y ese pensamiento, sumado al deseo, a la frustración acumulada, al vacío en el pecho y la libido por las nubes, lo llevó de regreso a su estantería con libros sobre demonios o cuadernos que él mismo hacía luego de investigar.

Esta vez no lo hacía por hobby. Lo hacía porque lo necesitaba.

Sacó su grimorio favorito: La Llave Menor de Salomón*(1), en el que se había dejado casi todo su sueldo en una página rara de productos usados. Buscó una invocación específica: Íncubo. Forma masculina. El texto era claro. Los riesgos, también: podían matarte si absorbían demasiado de tu energía. Pero en ese momento, Tom ya se sentía medio muerto de tantas ganas contenidas.

Cuidado con llamar a lo que no estás dispuesto a servir”, advertía una nota al margen, escrita con una caligrafía casi infantil, y tinta roja.

Lo dejó sobre la mesa del comedor mientras caminaba hacia el baño.

Se desnudó, dejó la ropa en la cesta y se metió bajo el agua caliente. Era parte del ritual, lo había leído muchas veces: el cuerpo debía estar limpio. No solo por respeto al ente invocado, sino porque el estado físico del invocador influía directamente en la calidad del vínculo. Y si había una mínima posibilidad de que esa noche funcionara… no pensaba cagarla.

Se lavó con calma. Con cuidado de mojarse las trenzas, que había ido a hacerse hace poco, piel, uñas. Se frotó con esponja y luego volvió a enjuagarse. El vapor llenaba el baño, empañando el espejo. Cuando salió, se secó con una toalla limpia, y se puso unos pantalones de chándal negros. Nada más.

Descalzo, caminó hasta la cocina. Sacó una bandeja pequeña de madera. Sobre ella, colocó: un racimo de uvas negras, una manzana roja, brillante, cortada en mitades perfectas, Tres cuadros de chocolate negro y una copa de vino tinto, que él usaba para cocinar. Pero era un Château Margaux*(2) del 2007, que le había regalado su empresa en la cesta navideña. O sea, bastante caro.

Todo puesto con intención, una ofrenda para ser deseado.

Preparó el cuarto con la misma seriedad. Apagó las luces. Cerró las cortinas. Encendió tres velas negras en forma de triángulo invertido alrededor del círculo que dibujó con tiza blanca en el suelo. En el centro colocó la bandeja. Y frente a ella, se sentó con el grimorio abierto sobre las piernas.

Respiró hondo.

Una vez.

Dos veces.

Y leyó en voz baja, primero para sí, luego en alto:

Y yo te llamo, tú que habitas entre llamas y sombras…

Tú que vienes con la noche, portador del ardor de la carne…

Escúchame, entra en este círculo, y revélate ante mí con la forma de mi deseo…

Ven a mí, tú que ardes en carne y te alimentas de deseo…

Escucharás mi voz, sentirás mi voluntad…

En la noche, en la oscuridad, acércate…

Esperó en silencio.

Nada.

El círculo seguía quieto. Las velas titilaban apenas. Tom se quedó ahí unos minutos, inmóvil, sintiéndose estúpido. Bajó la mirada, bufó por la nariz.

—Claro que no funciona… —susurró.

Recogió la bandeja con lentitud, apagó las velas, limpió el suelo. Lo hizo todo con cierta solemnidad, como quien se despide de algo que ni siquiera llegó a empezar. Guardó el grimorio, y se metió en la cama sin cenar. Su cuerpo se sentía pesado. Su mente, hueca.

Cerró los ojos.

Y esa noche, soñó.

El cuarto seguía a oscuras, pero algo era diferente. El aire había cambiado.

Era espeso, caliente, como si alguien hubiese estado respirando muy cerca.

Un olor lo envolvía: azufre.

Pero no ese hedor repulsivo y químico con el que uno piensa en alcantarillas…

Porque le siguió algo dulce; madera, canela, rosas… ¿cuero?, grosellas… delicioso.

La sábana se deslizaba por su abdomen desnudo. Y entonces lo sintió.

Una presión suave junto a su pierna. Un peso en el colchón, pero sin hundirse.

El leve crujir del tejido, un cuerpo apoyándose apenas, sin hacer ruido.

Y luego, el calor de una presencia… a la cual no podía verle el rostro.

Sus dedos, delgados, se deslizaron por su mejilla, su cuello, bajando por su pecho con una lentitud que lo hizo sufrir. Dejaban un rastro cálido que parecía brillar bajo su piel, mientras que la otra acariciaba dulcemente su abdomen desnudo.

El desconocido acercó su rostro al suyo. Sus labios estaban tan cerca que podía sentir su aliento: tibio, afrutado, como vino. Como manzana…

Lo besó.

Un roce suave al principio. Luego, más profundo. No había lengua, no había prisa. Solo presión, calor…

Me escuchaste.

Ahora yo te he escuchado a ti…”

&

Despertó de golpe con el ruido de la alarma.

Tom alzó el brazo con pesadez y la apagó sin abrir los ojos. El sudor le cubría la nuca y la espalda baja. Sentía el cuerpo caliente, como si no hubiese descansado ni un segundo.

Y entonces lo notó.

Estaba duro. Jodidamente duro.

Una erección incómoda se levantaba bajo las sábanas.

—Joder… —susurró, frotándose la cara con ambas manos.

No pensó mucho más. Se metió en la ducha, dejó que el agua fría corriera por su espalda, se vistió, no preparó comida, seguramente pediría algo a domicilio durante su descanso… y salió a la carrera habiendo tomado solo café y avena.

El día fue un infierno.

Lo pusieron a hacer registros de salida, uno por uno, a mano, porque el sistema colapsó. Y cuando por fin pensó que acabaría, le encargaron un trabajo que nadie quiso tomar: reparar una caja de cambios dañada con las piezas desordenadas y sucias, porque el idiota del turno anterior no las etiquetó.

Para colmo, uno de los mecánicos más antiguos olvidó asegurar bien una rampa y un coche casi se va al suelo mientras Tom estaba debajo. Le cayó una lluvia de gritos… aunque no había sido su culpa.

Se tragó el fastidio en seco.

Dolor de cabeza. Manos negras de grasa. Dolor en la espalda baja. Ganas de largarse a la mierda.

No dijo nada. Solo miró el reloj, tachó las horas en su mente, y esperó a que el turno terminara.

Tom estaba tan cansado que se saltó el entrenamiento.

Eso significaba que algo muy fuerte había pasado.

Al llegar a casa, tomó una parada rápida para cambiarse, y salió corriendo hacia el minimarket cerca de su edificio.

Capper, su pointer inglés, ya lo esperaba afuera, enganchado con la correa, habituado a acompañarlo en esas compras express.

Sabía que así podría sacarlo rápidamente al baño en cuanto llegaran.

Entró y compró un paquete grande de Shin Ramyun Black (fideos instantáneos coreanos de carne, nada picantes) para no tener que preparar más.

Agregó unos snacks, y una lata de Mega Monster Ultra White.

Su viernes sería para ver alguna película, y nada más.

Cuando recibió el mensaje de Georg en el grupo del chat, con la simple pregunta:

—¿Planes?

Su respuesta fue directa y sin rodeos:

—NOPE.

Al llegar a casa, lo primero que notó fue el aire.

No era un olor, ni un ruido, ni una temperatura distinta. Era la forma en que la atmósfera se sentía cargada. Como si el espacio mismo estuviese en tensión, como una cuerda que alguien estuviera a punto de soltar con un chasquido seco.

Capper entró detrás de él, obediente como siempre. Pero apenas cruzaron la puerta, el perro se detuvo en seco.

Tom frunció el ceño.

—Vamos, chico… —murmuró, mientras colgaba las llaves.

Capper no se movió.

Todo su cuerpo se volvió rígido, su cola se bajó, las orejas se alzaron. Caminó con lentitud hasta quedar justo a su lado, mirándolo de reojo, con una intensidad poco común en él.

Tom lo notó de inmediato. Capper era un perro entrenado, un perro de servicio. No reaccionaba así por nada.

—¿Qué pasa? —preguntó en voz baja, aunque no esperaba respuesta.

Sólo entonces notó lo que había sobre la mesa del salón.

La bandejita con las ofrendas de la noche anterior seguía ahí.

Pero no estaba completa.

La copa de vino seguía ahí pero ahora el líquido se veía más denso y ahora por la mitad.

Y uno de los cuadritos de chocolate negro había desaparecido.

Las uvas parecían… distintas. Más arrugadas.

La manzana había sido mordida.

Un escalofrío le recorrió la nuca.

Caminó hacia el mueble del pasillo y abrió uno de los cajones donde guardaba cosas de esa índole que había comprado, al igual que el grimorio.

Sacó un pequeño collar artesanal de cuero negro con un dije de plata oxidada en forma de escudo. Lo había comprado en una feria de Navidad en Hamburgo hacía unos meses, una noche helada en la que él, Gustav y Georg se habían reído como idiotas viendo puestos y tomando glühwein.

Ellos eran los únicos que nunca lo juzgaban por esas cosas.

Los únicos que sabían de este lado suyo.

Se lo puso alrededor del cuello. La cadena estaba fría contra su piel.

Encendió un incienso, caminó por el apartamento limpiando el aire con trazos lentos. Luego selló las esquinas con palo santo, como había aprendido a hacer en algún foro de ocultismo donde se colaban más escépticos que creyentes.

Pero esta vez no era un juego.

Se detuvo en el centro del salón.

El aire ya no estaba solo cargado. Estaba vivo.

Tom tragó saliva.

—Si estás aquí —dijo, en voz baja, con un nudo en la garganta que no era miedo, sino algo más crudo, más íntimo—… muéstrate.

El silencio fue tan absoluto que hasta Capper contuvo el aliento.

Y entonces, las sombras se movieron.

Como si la penumbra tuviera peso.

Las sombras se arrastraron por el techo.

Primero como un manto denso que no tenía forma… luego, sí.

Tom lo vio. Aunque por un instante le habría gustado no hacerlo.

La figura era alargada, sus extremidades parecían demasiado largas, afiladas. No tenía ojos. Su rostro era un hueco cubierto por una bruma negra, y sin embargo, irradiaba presencia.

Unos segundos apenas.

Y de pronto… cambió.

La figura era esbelta, elegante. Piel pálida, cuernos curvos, alas negras que se desplegaban con una calma antinatural. El rostro era andrógino, afilado, con labios marcados y ojos tan oscuros que parecían absorber la luz. El torso descubierto mostraba una delicada delgadez… la cintura pequeña y las caderas notablemente anchas, adornado solo por brazaletes de cuero marcados con símbolos arcanos. Un cinturón con aros de metal sostenía un taparrabos oscuro que dejaba ver una marca de estrella en su pelvis. Sus dedos largos y con uñas negras descansaban graciosamente, como si cada gesto estuviese calculado.

Y su boca…

Su boca sonrió.

—Hola, Tom. —Su voz sonaba como un eco dulzón en una copa de cristal—. Puedes llamarme Billian. O Bill, si prefieres algo más informal.

Vengo del Tercer Círculo, Distrito 9. Sucursal Incubus. Primer día en el plano físico.

Tom parpadeó.

Dos veces.

—¿Qué? ¿Qué… coño…?

—No me mires así, bombón —dijo el ente, paseándose con paso de pasarela por el salón—. Créeme, yo tampoco me esperaba una invocación tan bien hecha en mi primer turno.

Y tú… tú eres un auténtico manjar.

Bill olfateó el aire como un gato curioso.

—Uvas negras, vino de Burdeos, chocolate oscuro, una manzana roja perfecta… qué clásico, qué simbólico. Me sentí adorado. Gracias por eso.

Tom seguía de pie, con el collar de protección bien ceñido al cuello.

Y Bill se detuvo de golpe.

—¿Eh?… Oh.

—¿Qué? —gruñó Tom, frunciendo el ceño.

—Eso que llevas… Me ofende

Pero aún así quiero tocarte… —sus dedos rozaron la tela de su camiseta con descaro—. Y hacerte pasar un buen rato.

Tom lo apartó con el dorso del brazo, sin fuerza.

—He tenido un día de mierda.

Me salté el gimnasio.

Casi me aplasta un BMW X6 de 2300 kilos.

Me gritaron en el trabajo por culpa de otro imbécil.

Y aún no he cenado.

Bill ladeó la cabeza, pestañeando lentamente.

—¿Te gritaron?

—Sí. —Tom lanzó una mirada fulminante al vacío como si pudiera retroceder en el tiempo y partirle la cara a su jefe—. Y encima tuve que hacer registros dobles, revisar entregas, y uno de los mecánicos dejó una pinza dentro del capó de un coche. Casi explota.

Hubo un silencio denso.

—No me voy a pelear con un ente sexual del infierno. Estoy harto —continuó Tom mientras se dejaba caer en el sofá—. Y ni me hables de “poseerme”.

Voy a ver una película.

Y voy a comerme mis malditos fideos.

O bueno… —miró hacia la cocina, resignado—. Vamos a comer mis fideos.

Divido la porción contigo, pero te sientas allá.

Bill sonrió, encantado.

—Oh, compartir. Qué íntimo.

—Y si intentas algo raro, te rocío con sal. Y te clavo la piedra de Hamburgo por el culo.

El íncubo soltó una risa suave, musical.

—Tienes un carácter encantador.

¿Tienes Netflix?

Tom cerró los ojos, frotándose el puente de la nariz.

—Tengo todo, Bill.

Todo menos energía para morirme esta noche.

El ente se acomodó en el otro extremo del sofá, cruzando las piernas con la elegancia de una estrella de cine.

Capper, desde su rincón, dejó escapar un bufido muy poco perruno.

Y así comenzó una velada… inusualmente íntima entre un humano agotado y un demonio guapo recién llegado del infierno.

La película había empezado hacía cinco minutos.

Tom estaba en el sofá, sin camiseta, con un bol de fideos calientes sobre las piernas. El incienso ya se había consumido y Capper roncaba suavecito cerca de la entrada.

A su izquierda, sentado como si no fuera nada del otro mundo, estaba Bill. O Billian, como se había presentado segundos antes de que Tom suspirara y dijera: “Ok. Pero no hables”.

—¿Dónde trabajas? —preguntó el íncubo, ignorando por completo la advertencia.

Tom resopló.

—En un taller. Preparamos coches para el concesionario. Los revisamos, los limpiamos, luego papeleo… ¿Por qué te importa?

—¿Y si no me importa? —preguntó Bill, tomando su porción de fideos como si estuvieran en una cita informal—. Solo charlo para pasar el rato.

Y para entender por qué alguien con tus manos haría algo tan vulgar como rellenar papeles.

—Mis manos están bien donde están —masculló Tom—.

Y deja de hablar como si supieras más de mí que yo.

—¿Tienes amigos?

—¿Qué?

—¿Tienes amigos?

—Tú no paras, ¿verdad?

Bill sonrió.

—Curiosidad profesional.

—Tengo a Gustav y a Georg.

Y antes de que preguntes: sí, saben que soy raro. Y aún así me soportan. Fin.

—¿Pareja?

Tom lo miró, como si la pregunta hubiera salido de una alcantarilla.

—¿Te interesa?

—Me interesa todo de ti, cariño. Para eso estoy aquí.

—No tengo pareja —dijo él, tajante. —Estoy ocupado. Vivo solo. Me gusta así.

—¿Edad?

Tom dudó. Luego respondió, como si eso le doliera físicamente.

—Veinte.

—Uff. Estás tiernito.

Tom parpadeó. Lento.

—¿Tú me estás jodiendo?

—No. Me estoy divirtiendo.

El silencio fue creciendo entre ellos. La película seguía corriendo, pero ya no existía.

Tom volvió a mirar su bol. Bill lo miraba a él.

Y entonces, sin pausa ni aviso:

—¿Eres gay?

Tom se atragantó.

—¡¿QUÉ?!

—Digo… si soy una manifestación de lo que más deseas —dijo Bill, encogiéndose de hombros—. Y aparecí como esto… ya sabes. Hombre, bonito, estilizado…

Digo.

Parece obvio.

Tom abrió la boca. Cerró la boca. La volvió a abrir. No salió nada.

—Todos dicen que no lo son —añadió Bill, tranquilo—. Pero la energía no miente. Y tú… tú me querías.

Un zumbido llenó la habitación. O tal vez solo era su cabeza.

Capper, como si percibiera algo, se movió inquieto.

Tom no sabía si estaba sudando por la sopa o por lo que acababa de oír.

Al final, no contestó. Solo alzó el bol, masticó con fuerza, y extendió una mano hacia Bill.

—Pásame una servilleta.

Y no hables más.

Bill le pasó la servilleta, pero no se calló.

—Como digas. Aunque si lo niegas tan fuerte, es porque en el fondo quieres saber cómo se siente.

—Bill…

—Dime.

—La servilleta, y no hables más.

Tom había dejado la cena a la mitad. La película ya no importaba. Bill parecía haber desaparecido con una expresión aburrida, así que aprovechó la paz para echarse una partida del COD: Black Ops.

Estaba encorvado hacia la pantalla, ceño fruncido, lengua asomando apenas entre los labios mientras recargaba el arma virtual.

No escuchó nada.

Ni pasos.

Ni un suspiro.

Hasta que dos manos tibias se apoyaron en sus hombros.

—Te ves tan lindo cuando te concentras…

Tom dio un pequeño respingo, pero no dijo nada. Bill ya estaba detrás de él, casi encima, con el mentón apoyado en su coronilla.

Sus manos empezaron a moverse. Primero, una caricia suave. Luego, presión con los pulgares.

—Tensos… —murmuró—. Estás todo hecho un nudo.

—He tenido una semana de mierda —gruñó Tom, pero sin resistirse.

Bill rió, bajito, en su oído.

Sus manos trabajaban con una destreza inquietante: hombros, cuello, la parte alta de la espalda.

Cada tanto se deslizaban un poco más abajo.

Y Tom, sin darse cuenta, empezó a apoyarse hacia atrás, a entregarse al contacto.

—¿Así es como lo haces? —murmuró él—. ¿Me vas a seducir con masajes?

Bill no respondió.

Solo bajó más las manos.

Despacito.

Hasta apoyarlas en su pecho, y después en su abdomen.

Tom sintió el aliento cálido contra su cuello. La lengua apenas rozándole la piel.

—No necesito seducirte —susurró Bill—. Tú ya me deseabas desde antes.

Tom tragó saliva. Los hombros ya no estaban tensos. Solo ardían.

Y no soltó el control de la consola.

Pero tampoco lo detuvo.

Tom no dijo nada. Ni una palabra.

Los dedos de Bill seguían descendiendo, suaves, seguros, como si conocieran su cuerpo mejor que él mismo.

El calor de su aliento se volvía más íntimo, más descarado.

Y entonces lo sintió.

Un beso.

Primero, en la curva del cuello.

Después, en la línea de la mandíbula.

Y uno más, justo detrás de la oreja, donde se le erizaba la piel con facilidad.

—Sé que me quieres —susurró Bill, y le dio un besito breve, justo sobre el cuello—. Sé que me deseas —otro beso, más lento, más húmedo—. De lo contrario… no me habrías invocado.

Tom apretó los labios, el control de la consola olvidado en su regazo.

—Solo estás amargado porque hoy casi te mata una pila de aceite y hojalata.

Otro beso. Ahora, en la mejilla.

Y luego uno en la comisura de sus labios, lento, como una provocación suave que no terminaba de llegar a destino.

—Admítelo… —ronroneó Bill, sus dedos paseando por el abdomen de Tom—. Me querías incluso antes de saber que existía.

Tom exhaló fuerte, los ojos cerrados. Su cuerpo estaba completamente despierto, receptivo.

Pero no dijo que no.

Y eso, para Bill, ya era una rendición.

Tom se quedó inmóvil.

La petición le retumbaba en los oídos:

Llévame a tu cuarto…”

Sus dedos temblaron por un momento. Dudó.

Pero luego vio los ojos de Bill: brillaban, fijos en él, seguros. No había amenaza, ni hambre… solo deseo.

Bill sonrió apenas, y le tomó de la mano.

Avanzaron por el pasillo.

La casa, silenciosa. Solo se escuchaba el crujido leve de la madera bajo sus pasos. Tom iba delante, con los hombros rígidos y el corazón en la garganta. Bill caminaba detrás, más bien flotaba; no hacía ruido, no parecía pesar. Y sin embargo, cada paso suyo traía un calor denso, como si caminara el mismísimo verano.

Cuando llegaron a la puerta del cuarto, Tom abrió.

Pero Bill no entró de inmediato. Lo detuvo tomándolo suavemente del brazo, obligándolo a voltear.

—Estás temblando —susurró, acariciándole la muñeca con el pulgar—. ¿Eso es miedo… o ganas?

Tom tragó saliva. Su voz salió ronca.

—No lo sé.

Bill se acercó. Muy despacio. No hacía falta más.

—Yo sí —dijo, y le besó el cuello—. No tienes idea de cuánto me has deseado.

Tom soltó un suspiro entrecortado.

—¿Y tú… cuánto has esperado esto?

Los labios de Bill se curvaron apenas.

—Toda la eternidad, amado mío.

Y con eso, lo empujó hacía con suavidad hacia la habitación.

Bill lo sostuvo firme pero con suavidad y lo ayudó a recostarse en la cama. Luego, con esa mirada intensa que le ponía los pelos de punta, le susurró:

—Quítate eso.

Tom frunció el ceño y se sentó un poco más erguido, negando con la cabeza.

—No. No me lo voy a quitar.

Bill soltó una carcajada baja y negó con la cabeza, acariciándole el brazo.

—Deberías leer más en vez de dejarte estafar por ancianas hippies en mercadillos. Eso solo te protege de la mala energía… no de demonios como yo. O bueno, se supone que debería servir para eso, pero esa cosa ni siquiera es plata. Es aluminio puro y duro, como una catedral.

Tom arqueó una ceja, divertido pero cauteloso.

—¿Me engañaste, no me vas a matar?

Bill se acercó más, casi rozando sus labios con los de Tom.

—Si de verdad quisiera matarte, lo habría hecho desde el primer momento que tuviste la osadía de ignorar a un ente del más allá para ponerte a jugar a las pistolitas en la Play. Así que no, no lo haré.

Tom bajó la guardia un poco, curioso.

—Entonces, ¿por qué quieres que me lo quite, si dices que es falso?

Bill le lanzó una sonrisa pícara y se inclinó para volver a darle un beso suave en el cuello.

—Merezco un buen banquete… No me quejo para nada de ti, pero esa baratija arruina la estética. Y, sinceramente, me duele que hayas pretendido repelerme con eso.

Tom se rió, sintiendo cómo el calor de Bill lo envolvía, y finalmente deslizó las manos hacia el collar para desabrocharlo.

Pero en vez de lanzarse sobre él como Tom esperaba, lo miró de arriba abajo… y soltó una carcajada genuina, y un poco cruel.

—¿Qué es eso que llevas puesto? —preguntó entre risas, señalando su pantalón.

Tom parpadeó, confundido, y bajó la mirada. Llevaba su pantalón blanco con rayas azul celeste, el más cómodo que tenía. Su pijama de siempre, pero sin la parte de arriba.

—¿Mi pijama?… bueno, parte.

—Nunca pensé que acabaría follándome a una banana en pijama.

Tom soltó una carcajada ahogada, llevándose una mano a la cara.

—Eres insoportable.

—Soy sincero —respondió Bill, aún sonriendo, mientras se deslizaba sobre él—. Pero supongo que tiene su encanto…

Tom iba a responder algo, pero la boca de Bill ya estaba sobre la suya.

El beso fue suave al principio, pero cargado. Las manos de Bill, cálidas, le sostenían el rostro con un cuidado inesperado, como si Tom fuese algo valioso, algo que no podía apresurarse a romper. La lengua no tardó en buscar la suya, enredándose, explorándolo como si lo conociera desde siempre.

Tom se rindió enseguida.

Sus dedos se aferraron a los hombros de Bill mientras lo besaba de vuelta, sin pensar demasiado. Todo su cuerpo reaccionaba como si hubiese estado esperando eso por años. Nunca lo habían besado así. Nunca con tanta intención. Tanta seguridad.

Y hacía tanto que no lo besaban.

Soltó un suspiro contra sus labios, sin poder evitarlo, y Bill bajó una de sus manos hasta su pecho, acariciando despacio.

—Mmm… estás tan tenso todavía —murmuró contra su boca—. Te prometo que te voy a dejar mejor que nuevo.

Tom cerró los ojos, apenas murmurando:

—Eso espero…

Bill bajó lentamente, dejando una hilera de besos húmedos desde la mandíbula de Tom hasta su cuello, y de ahí al pecho, colándose por entre los botones mal cerrados de su pijama. Cada roce de sus labios era un suspiro contenido, un juego medido de calor, como si intentara derretirlo desde dentro.

—Quédate así… déjame adorarte un poco —susurró mientras presionaba un nuevo beso sobre su esternón.

Las palabras, más que un cumplido, sonaban a devoción.

Tom tembló. Su respiración era irregular, entrecortada, y su cuerpo, aunque rendido, parecía vibrar con cada caricia. El calor de la piel de Bill sobre la suya, la forma en que lo tocaba con tanta seguridad, pero sin agresividad, despertaba algo que no sabía que llevaba tan reprimido.

Entonces Bill bajó una mano, lenta, firme, y colocó la palma abierta justo sobre su pecho desnudo.

—Mírate, Tom —dijo, sin dejar de observarlo—. Estás brillando.

Al principio, pensó que era una metáfora… pero no. Desde donde lo tocaba, una luz suave empezó a emanar. Rosa, cálida, como una bruma viva que se alzaba desde su piel, flotando entre ellos.

Tom se tensó por instinto, pero Bill lo acarició con los labios en la clavícula, susurrándole:

—No tengas miedo. Esta es tu energía… no voy a hacerte daño.

Jugueteó con ella, pasándola entre sus dedos como si fuese humo líquido, envolviendo la habitación con una sensación tibia, ligera. Esa luz parecía recorrerle el cuerpo, y en lugar de agotarlo, lo hacía sentir disperso, flotando…

—Estás precioso así…

Bill alzó el rostro apenas para mirarlo, aún sobre él, con una expresión suave, casi amorosa, antes de volver a besarlo en el centro del pecho, justo donde la energía latía más fuerte.

Tom, por un instante, dejó de pensar. Solo sentía. Y esa rendición absoluta, lejos de avergonzarlo, lo hacía desear aún más.

De repente, sintió algo diferente. La cola de Bill, larga, delgada y cubierta de escamas, retraídas, suaves y frescas, como la cola de un dragón, se movió por la cama y se enredó en la cintura del pantalón de Tom.

La cola tiró despacio de la cintura, rozando la tela, como si jugara a ver qué podía hacer sin romper el momento.

Tom se tensó un poco, con los ojos brillando y el pecho latiendo rápido, sorprendido por esa nueva sensación.

Bill sonrió, dejando un beso justo arriba del ombligo de Tom, y le susurró:

—Quiero conocer cada parte de ti…

La cola volvió a tirar, un poco más abajo, marcando el ritmo del juego que apenas empezaba.

Tom le metió las manos en el cabello, acariciando con los dedos. Era increíblemente suave… más de lo que imaginaba. Como una seda cálida, ligera. Cerró los ojos, soltando un suspiro. Se estaba dejando llevar, sin resistencia. Hacía mucho que no lo tocaban, mucho más que no lo hacían sentirse así: deseado, dominado, devorado.

La elástica cedió sin esfuerzo y Bill lo liberó, dejando su erección completamente expuesta. El demonio se apartó solo lo justo para mirarla, y soltó una risa corta, encantado.

—Si hubieses puesto este velón en la bandeja anoche… no habría hecho falta ninguna vela de invocación —bromeó con descaro, y luego le guiñó un ojo—. Habría venido directo y contento.

Tom soltó una risa nerviosa, cubriéndose los ojos con una mano.

—Eres un imbécil… —murmuró.

—Y tú —replicó Bill, bajando el rostro, su voz volviéndose más grave, más caliente—. Eres una joya.

Sin más, lo tomó con la boca. Despacio, con intención, como quien por fin recibe algo que deseaba desde hace mucho.

Y Tom… dejó de pensar.

Arqueando la espalda y aferrándose al cabello de Bill.

La cola se movía con delicadeza, explorando su entrada, presionando y liberando humedad a través de sus pequeños poros, haciendo que cada roce se sintiera natural y envolvente. La sensación era extraña, excitante, y Tom gimió suavemente, sin poder contenerse.

—¡Mgh…!

Tom jadeaba, cerrando los ojos, dejando que cada sensación lo dominara. No había pensamientos, no había miedo. Solo calor, contacto, placer.

Por fin…

Un leve gemido escapó de Bill, apenas audible, ahogado con la longitud de Tom, mientras continuaba con la tarea de prepararlo. Sintiendo como la mezcla de fluidos y saliva se hacía más densa dentro de su cavidad, mientras observaba a Tom… Exhalando con la boca abierta, y los ojos perdidos en su propio placer.

Las manos de Bill se paseaban suavemente por su torso pero a la vez lo sujetaban con decisión… Mientras que por otro lado, su cola por fin se había hecho con ese “punto dulce”, dentro de su contrario.

—¡Ah, mierda!.— Exclamó sorprendido mientras sentía como sus caderas se levantaban por sí solas, además de un cosquilleo que lo recorrió entero, casi haciéndolo temblar, olvidándose casi por completo del ligero escozor que sintió al principio ante la intromisión.

Dicho movimiento, solo lo hizo sisear, siendo que gracias a este, se introdujo más en la boca de aquel ente.

Haciendo que este sonriera con malicia…

—Parece que alguien ya está listo…

Tom tragó saliva, las mejillas ardiendo mientras su respiración todavía era agitada. Se sentó un poco más erguido, intentando recomponerse.

—¿Listo para… qué? —balbuceó, nervioso, evitando mirar a Bill a los ojos.

Bill arqueó una ceja, ladeando la cabeza con esa sonrisa traviesa que siempre lo desarmaba.

—¿Por qué actúas como si no te acabara de meter la cola hasta el fondo? —dijo, su voz grave y juguetona—. Y que encima te gustó… listo para follarte.

Tom tragó de nuevo, sin palabras, sintiendo cómo el calor subía por todo su cuerpo. El nudo en su garganta y la mezcla de nervios y deseo lo hacían casi temblar.

—Tranquilo, con eso… ya no te dolerá nada.

El demonio se situó con delicadeza entre las piernas del muchacho, mientras las separaba un poco más. Encantado por lo que veía, al chico con las mejillas rojas, la respiración pesada, los ojos entrecerrados y como le subía y bajaba el pecho ligeramente… Y luego la erección, que seguía ahí roja y cubierta de la mezcla de saliva y presemen.

Sin poder resistir más, se introdujo en la cavidad del moreno… soltando un suspiro pesado ante lo deliciosa que se le hacía su estrechez.

Bill dejó escapar un gruñido gutural, sus ojos ardían en un rojo intenso. Sus alas se tensaron detrás de él, expandiéndose apenas en respuesta al placer. El calor del cuerpo de Tom, su temblor, el modo en que se apretaba contra él… le volvía loco.

Tom se mordía los labios, intentando ahogar los gemidos, pero el cuerpo lo traicionaba: la forma en que se arqueaba, la manera en que abría más las piernas sin pensarlo, pidiendo más.

—Joder… —susurró con la voz rota, acercándose, buscando sus labios—. Béseme… Billian, por favor… béseme…

Su tono era suplicante… pero denotaba tanta entrega, devoción, como si de verdad le fascinara la idea de que estaba siendo brutalmente follado por un algo directamente salido del infierno (y así era).

Bill sonrió con arrogancia, deteniendo el beso a un milímetro de distancia. Su aliento caliente chocaba con el de Tom, rozándole los labios, pero negándole el contacto.

—¿Así de desesperado, mm? —susurró, apenas rozándole la boca—. No es suficiente… pídelo mejor.

Tom gimió, frustrado, mirándolo con ojos húmedos, tragando saliva, abriendo más las piernas como si con eso pudiera convencerlo. Su voz salió entrecortada, cargada de una devoción que lo hacía sonar ridículamente entregado:

—Por favor… béseme… se lo ruego…

Bill dejó escapar una carcajada ronca, oscura, divertida. Ese “se lo ruego” lo prendió tanto que hasta sus cuernos se alargaron un poco, y sus alas hicieron un amago como si aplaudieran solas.

—Ah, así me gusta… —le sostuvo la cara con fuerza, obligándolo a verlo—. Pobre mortal… que me supliques como lo que eres.

Y antes de que Tom pudiera responder, Bill lo devoró en un beso hambriento, profundo, lleno de saliva, gemidos y un choque de dientes que casi lo hizo reír en medio de la excitación. Lo lamía con ansia, como si quisiera arrancarle hasta la dignidad con la lengua.

Tom, lejos de resistirse, se le aferró con desesperación, gimiendo contra su boca. Cada embestida lo hacía retorcerse más, buscando que Bill lo empujara hasta perder el sentido.

Bill, disfrutando como un cabrón, lo agarró de la cintura y lo apretó contra sí, levantándolo un poco, luciéndose con esa fuerza que no aparentaba. El calor de sus cuerpos, el sudor, la falta de aire entre besos torpes… todo era un desastre glorioso.

Se apartó solo lo justo para lamerle el cuello empapado, saboreándolo como si estuviera probando un postre.

—Eso… así está mejor —ronroneó con malicia—. Hazme el favor y sigue arruinándote para mí.

Tom, cada vez más perdido en la sensación, gimió entre besos, tan entregado que ni pensó lo que decía:

—Hágame suyo para siempre… por favor… hasta en la tumba si quiere…

Bill se quedó un microsegundo en silencio, arqueando una ceja con una sonrisita incrédula, y luego soltó una risa grave que le vibró en el pecho.

—¿Tumba? —repitió con sorna, mordiéndole el labio fuerte—. Qué idiota tan adorable… ¿tengo pinta de que un día voy a morir?.

Su tono señaló lo obvio, Bill era inmortal.

Tom se sonrojó hasta las orejas, pero apenas tuvo tiempo de avergonzarse porque Bill lo besó con fuerza de nuevo, sofocándole cualquier intento de excusa. Entre jadeos, el demonio añadió, con esa voz ronca que se burlaba pero lo incendiaba más:

—Sigue diciendo tonterías así… que me calientas más.

Tom gimió, apretando los ojos y abriéndose aún más contra él, suplicante, sin importarle sonar ridículo:

—Entonces… entonces déjeme ser solo suyo… todo lo que quiera…

Bill rió contra su boca, disfrutando de cómo se arruinaba solito con sus palabras.

—Eso, putito… ruega bien.

Y con un empujón de cadera más brusco lo hizo arquearse, arrancándole un gemido quebrado que llenó el cuarto.

Ambos se movían al unísono, jadeos y risas mezcladas con gemidos, cada empuje de Bill provocando un estremecimiento en Tom que lo hacía abrir más las piernas, más entregado. La energía que se compartían era casi tangible: Tom, sorprendentemente, no sentía dolor, solo calor y una sensación de conexión que lo hacía temblar.

Y entonces llegó el clímax.

Los cuerpos se tensaron, se arquearon, los gemidos se entrelazaron en un coro loco. Bill, con su fuerza inesperada y control absoluto, lo sostuvo cerca, manteniendo la intensidad del momento hasta que ambos se derrumbaron, jadeando, enredados entre sábanas y sudor. Tom se quedó con la respiración agitada, el corazón desbocado… pero algo extraño pasaba: no estaba agotado. No como un viernes cualquiera tras un día de trabajo. Su cuerpo vibraba con energía, los músculos relajados pero alerta, la mente clara y brillante. Se sentía… renovado.

Bill lo miró, arqueando una ceja, con una sonrisa que mezclaba arrogancia y diversión:

—Sorprendido, ¿verdad? —dijo, apoyando un brazo detrás de Tom para inclinarse sobre él—. No vine a matarte, mortal. Ni siquiera a asustarte. Vine porque… bueno… porque tú me interesas.

Tom lo miró, aún jadeando, intentando procesar:

—¿Interesarte? Pero… ¿por qué no…?

Bill le interrumpió, con esa calma egocéntrica que exudaba poder y arrogancia:

—Mira… arriesgo un montón aquí, ¿sabes? Este es literalmente mi primer día en la Tierra, y si mi jefe se entera de que me desvié… ya puedo imaginar los gritos, la bronca… y aún así estoy aquí, contigo. Me quedé fascinado. Por ti. Por cómo me recibiste, por las ofrendas, por lo familiar que fue tu reacción, incluso por… bueno, tu culo, pero no tanto como lo demás.

Tom se sonrojó, y Bill continuó, con voz más suave pero cargada de intención:

—Puedo tomar tu vitalidad a través del sexo… Y solo para mi, los del almacén sí que te matarían—. Admitió con desdén, que dejaba entrever lo mucho que al igual que él, no aguantaba a sus compañeros.

Y a cambio… te hago sentir así siempre. Energizado, vivo, revitalizado. No solo en la cama, sino en todo. Quieres comer algo delicioso, dormir bien, sentirte imparable… puedo darte eso. Es un “win-win”, como dicen ustedes los humanos.

Tom lo miró, todavía con el corazón latiendo rápido, pero con una sonrisa mezclada de incredulidad y excitación:

—¿Entonces… todo esto… no era solo sexo?

—Oh, querido… el sexo es solo la punta del iceberg —dijo Bill, lamiéndole la mejilla con un toque juguetón—. Pero me asegurará que te mantengas mío, y yo… bueno, que pueda divertirme con tus energías sin matarte en el proceso.

Tom soltó un suspiro largo, dejando que la cabeza descansara contra el pecho del demonio, sintiéndose más vivo que en años.

—Esto… esto es un trato raro, pero… creo que puedo acostumbrarme.

Bill rió, arqueando las alas de forma ligera, rozando la espalda de Tom con un toque juguetón:

—Eso me gusta… adaptable y sumiso. Perfecto para mí.

Después de unos minutos de tranquilidad, Tom, con los ojos aún brillantes y una sonrisa tímida, se atrevió a preguntar, casi con inocencia:

—¿Otra vez… podríamos?

Bill soltó una risa grave, arqueando una ceja:

—No… —dijo, mirándolo de arriba abajo con esa arrogancia juguetona—. De lo contrario, eso sí podría contrarrestar lo que sientes ahora. No abuses, bombón.

Tom asintió, resignado pero contento:

—Está bien.

Bill se incorporó con un gesto elegante, yendo hacia la puerta mientras le guiñaba un ojo:

—Ahora debo irme… dejaré mi carta de renuncia. Que le jodan a Mathilde y a todo recursos humanos. Si me quieres de nuevo, solo déjame otra copita de ese vino tan bueno y espérame sin camiseta. Llegaré en un pizpaz.

Tom soltó una risita y asintió, todavía sonrojado, mientras Bill desaparecía entre las sombras de la madrugada.

Desde aquel día, Tom y Bill salían juntos a veces, y a veces lo incluía en pequeñas reuniones con sus amigos. Aunque Gustav y Georg podían sentir un poco de “mal rollo” por la presencia del demonio, nunca lo juzgaron ni cuestionaron de dónde había salido. Para ellos, lo importante era que Bill amaba a Tom, con todo y sus excentricidades.

El sexo seguía siendo increíble, claro, pero las charlas de después, también. Tom no paraba de llenarlo de preguntas sobre el Infierno y la vida demoníaca. Y cuando Bill se cansaba de tanta curiosidad, simplemente chasqueaba los dedos y Tom caía en una pequeña siesta, dormido y relajado.

Tom se sentía feliz, amado, deseado… y sobre todo, era él de nuevo.

Y sí, Bill pudo arreglárselas para no ser desterrado al vacío después de renunciar a su trabajo en el infierno, increíblemente.

F I N

¡SIIIIII, VOLVÍ! 😭

Perdón, es que se me junta el estancamiento con la procrastinación y luego pasa lo que pasa… 😔

Espero que les haya gustado esta historia. Después de algo tan oscuro y ¿perturbador? como lo fue Sweet Revenge, mi debut en esta bonita comunidad, quise probar con algo diferente. Nunca había hecho nada de comedia… y ya lo veo, lol: al final resulta ser verdad lo que dicen de que es más difícil hacer reír que llorar.

Me comprometo a escribir cosas para ustedes más seguido, ya que me encanta ver todas las cosas lindas y el apoyo que me dan. Además, creo que la dinámica de estos dos da para una serie, pero eso ya lo veremos más adelante.

Sin más, me encantaría recordarles que son libres de expresarme su opinión en los comentarios; lo aprecio muchísimo y siempre tomo en cuenta lo que me dicen.

Muchas gracias por leerme una vez más, y un abrazo muy grande a todxs los lectores y a mis amiguitxs de Fics Tokio Hotel. Recuerden comer al menos una pieza de fruta al día y beber agüita. 🙂

*(1): La Llave Menor de Salomón (o Lemegeton Clavicula Salomonis) es un grimorio del siglo XVII que recopila rituales de magia ceremonial, invocaciones y descripciones de demonios, ángeles y espíritus. Su parte más conocida es el Ars Goetia, que detalla 72 demonios que el rey Salomón habría invocado y controlado, siendo algunos de atributos sexuales. Aunque sólo se incluyeron íncubos en él para esta historia.

*(2): El vino Château Margaux es de Burdeos, Francia, específicamente de la región de Margaux en el Médoc. Es uno de los vinos tintos más prestigiosos del mundo y clasificado como Premier Grand Cru Classé desde 1855.

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3 comentario en “Night of the summoning”
  1. Qué joyita definitivamente. Primero tengo que agradecerte, porque realmente son pocos los autores que escriben botTom xD, y segundo, porque fue un deleite leerte. Si bien fue un fic cómico, el que metieras elementos de oscurismo fue definitivamente un detallazo jajajaj, cuando hiciste mención de Bananas en pijamas me estaba queriendo hacer pis JAJAJAJ porque pues yo veía eso en mi infancia, e imaginarme a Tom con esas prendas xDD me hizo reír mucho.

    La dinámica que tuvieron, el manejo de cómo Tom estaba cansado de su vida xD, es que sí es una mierda ser adulto, y bueno… El smut, definitivamente me encantó.

    Así que te agradezco por compartir tu arte, Roxxie :3 gracias por los alimentos.

  2. Me destruyen las aclaraciones del final (1); (2); ¿tan detallista vas a ser, hdp? 🥹 ahre te quiero 🤍
    Me mató Tom cuando le apareció el demonio y él re: No me jodas. Vamos a ver la película y comer fideos igual. 🤨 Como si estuviera hablando con un ser de luz(? 🤣
    Lo de la banana en pijama fue un montón xd encima me lo re imaginé con el pijamita y todo y me tenté jajajajaja
    Para vos es la primera vez que escribís algo de este estilo y para mí es la primera vez que leo algo de este estilo también jajajaja y me re gustó, my little Roxxi. 🫶🏻 Más que de vampiros (y hasta ahí, pues solo vi algunas pelis), no sabía. Podría acostumbrarme a las criaturas del infierno con lo que me gusta el fuego(? Así que, si escribís otra historia de este tipo, gustosa la leeré. 😌
    Felicitaciones, cariño. Te quedó hermoso. Has despertado mi interés por este lado de la oscuridad. 🖤

  3. MOTHEEEER ‼️💋
    Muchísimas gracias por tus palabras, de verdad no sabes cuánto lo aprecio, sobre todo porque tú me inspiras mucho a la hora de escribir. ✨ El proceso de este OneShot fue básicamente meter todas mis cosas favoritas en una licuadora (toll, humor ridículo, cosas tan darkzzz que hasta cagan murciélagos, y coito). Aunque tengo que trabajar mejor la continuidad, admito que le puse muchísimo amor por esa razón, y me encanta que se note en detalles como los que mencionas 🩷.

    Respecto a las bananas en pijama… también las vi JAJA, y pues necesitaba otro guiño para dejar claro que Tom era el pasivo de la historia. ¿Y qué mejor que un pijamita a rayas azules? He’s a cozy king fr 💅🏽.

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